sábado, 30 de octubre de 2021

Informe de los letrados en el caso de Alberto Rodríguez

 INFORME RELATIVO A LA FORMA EN LA QUE PROCEDE EJECUTAR LA SENTENCIA DEL TRIBUNAL SUPREMO 750/2021, DE 6 DE OCTUBRE DE 2021, DICTADA CONTRA EL EXCMO. SR. D. ALBERTO RODRÍGUEZ RODRÍGUEZ EN LA CAUSA ESPECIAL 3/21019/2019

I. ANTECEDENTES

1. El 14 de octubre de 2021 ha tenido entrada en el Registro de la Cámara un escrito del Presidente del Tribunal Supremo dirigido a la Presidenta de la Cámara por el que se da traslado de la comunicación del Presidente de la Sala Segunda remitiendo copia digital de la Sentencia 750/2021, de 6 de octubre, así como el auto de ejecución, de 8 de octubre, dictadas ambas resoluciones en la causa especial 3/21029/2019 contra Don Alberto Rodríguez Rodríguez, para su conocimiento y efectos oportunos en dicha causa especial (escrito número de expediente 024/000002/0002).

El punto 1º del fallo de la Sentencia dispone lo siguiente: 1°. Condenamos al acusado D. Alberto Rodríguez Rodríguez como autor de un delito de atentado a agentes de la autoridad ya definido, con la atenuante muy cualificada de dilaciones indebidas, a la pena de 1 mes y 15 días de prisión, con la accesoria de inhabilitación especial para el derecho de sufragio pasivo durante el tiempo de la condena. La pena de prisión se sustituye por la pena de multa de 90 días con cuota diaria de 6 euros”.

Por su parte, el auto de ejecución establece lo siguiente: LA SALA ACUERDA: Procédase a la ejecución de la sentencia dictada en la presente causa especial, quedando registrada en el libro correspondiente con el núm. 2/2021, incoando la presente ejecutoria, dando cuenta al Ministerio Fiscal y demás partes personadas. Procédase a la anotación de la pena impuesta en el Registro Central de Penados y Rebeldes. Hecho, practíquese la correspondiente liquidación de condena. Requiérase a don Alberto Rodríguez Rodríguez del pago de la multa impuesta, una vez deducido el importe de la fianza consignada. Procédase al abono de la indemnización acordada de 50 € al agente del Cuerpo Nacional de Policía nº 92.025 Líbrese copia, a través de la Presidencia de este Tribunal, a la Excma. Sra. Presidenta del Congreso de los Diputados de la presente resolución.

2. En relación con esta cuestión han tenido entrada en el Registro de la Cámara los siguientes escritos:

  Solicitud del Grupo Parlamentario Vox, dirigida a la Mesa de la Cámara, para que se adopten, de inmediato, los acuerdos necesarios que retiren y dejen sin efecto la condición plena de Diputado del condenado don Alberto Rodríguez Rodríguez,

   Solicitud del Sr. Cambronero Piqueras, dirigida a la Mesa de la Cámara, para la inmediata suspensión en derechos y deberes parlamentarios y, en su caso, la pérdida de la condición de Diputado de D. Alberto Rodríguez (escrito número de expediente 024/000072/0000).

   Solicitud del Sr. Rodríguez Rodríguez, dirigida a la Mesa de la Cámara, para que tome conocimiento del completo cumplimiento de la condena impuesta en la Sentencia número 750/2021 del Tribunal Supremo, tanto respecto a la pena principal como a la responsabilidad civil derivada (escrito número de expediente 024/000074/0000).

   Solicitud del Grupo Parlamentario Popular en el Congreso, dirigida a la Mesa de la Cámara, para que se adopten las medidas necesarias para hacer efectiva la ejecución de la Sentencia firme dictada por la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo, que lleven a la retirada de la condición de Diputado de Alberto Rodríguez Rodríguez (escrito número de expediente 024/000076/0000).

   Escrito del Sr. Guijarro García, dirigido a la Presidenta de la Cámara, presentando un informe sobre la ejecución de la condena penal impuesta por el Tribunal Supremo al Diputado Alberto Rodríguez Rodríguez (escrito número de expediente 025/000056/0000).

3. A la vista de la comunicación del Tribunal Supremo, procede determinar las consecuencias que, en su caso, pudieran derivarse de la pena impuesta por sentencia firme y, en concreto, si se ve afectado de alguna manera el estatuto del Sr. Diputado condenado por la misma.

II. FUNDAMENTOS JURÍDICOS

II.1. Alcance y efectos de la pena principal

La condena fijada en el fallo de la sentencia distingue entre una pena principal, de un mes y 15 días de prisión, sustituida por multa de 90 días con cuota diaria de 6 euros, y una pena accesoria de inhabilitación especial para el derecho de sufragio pasivo durante el tiempo de la condena.

Asimismo, se absuelve al acusado, D. Alberto Rodríguez Rodríguez, del delito leve de lesiones y se le condena a indemnizar al agente del C.N. de Policía nº 92.025 en la cantidad de 50 euros, con aplicación de lo dispuesto en el artículo 576 de la Ley de Enjuiciamiento Civil y al pago de la mitad de las costas generadas en la causa.

Tan sólo las dos primeras penas mencionadas podrían tener alguna consecuencia extra penal, de modo que afectase al estatuto jurídico del Diputado Sr. Rodríguez. Por ello el análisis de los posibles efectos derivados de esta condena debe centrarse en ellas y, así, hay que distinguir entre la pena principal y la pena accesoria.

Por lo que respecta a la pena principal, podría sostenerse en primer lugar la interpretación de que la condena de prisión supone una pena de privación de libertad a los efectos de entender aplicable el artículo 6.2 a de la LOREG, de acuerdo con el que: “Son inelegibles: a) Los condenados por sentencia firme, a pena privativa de libertad, en el período que dure la pena”. Ello, en conexión con lo dispuesto en el artículo 6.4 de la misma, que establece que las causas de inelegibilidad lo son también de incompatibilidad, llevaría a la conclusión de que nos encontramos ante un caso de incompatibilidad sobrevenida. Y a su vez, esta conclusión podría sustentar la defensa de la necesaria pérdida de la condición de diputado por parte del Sr. Rodríguez Rodríguez, por entender de aplicación la doctrina recogida en la STC 155/2014, de 25 de septiembre, en cuanto dice que dichas causas de incompatibilidad sobrevenida operan “impidiendo el acceso al cargo o el cese en el mismo”; Sentencia citada por el Tribunal Supremo para aplicar esta misma consecuencia del cese en el cargo en las SSTS 572/2021 y 1061/2021; si bien hay que destacar que en estos casos existe una importante diferencia pues el supuesto de hecho del que se parte es el de la condena a una pena de inhabilitación especial para el ejercicio de cargos públicos electivos, ya sean de ámbito local, autonómico, estatal o europeo, y el precepto cuya aplicación estaba en juego era el artículo 6.2 b de la LOREG y no el 6.2 a.

Sin embargo, una interpretación en este sentido desconocería la sustitución de la pena principal que se contiene en la sentencia que estamos analizando. Y es que, a nuestro parecer, el punto de partida en esta cuestión ha de ser el hecho de que en la sentencia se dispone, ex artículo 71.2 del Código Penal, la sustitución de la pena de prisión por la de multa, siendo así que lo que ha de determinarse es si la sustitución de la pena, tal y como queda configurada actualmente en virtud del citado precepto, excluiría la aplicación del artículo 6.2 a) de la LOREG o, en cambio, si la sustitución no cambia la naturaleza de la pena principal, que es sobre la única sobre la que actúa. En efecto, y según se establece en el fundamento jurídico octavo de la sentencia condenatoria, la sustitución no afecta a la pena accesoria de la pena de prisión, siendo ésta última la única que ha de sustituirse por imperativo del artículo 71.2 del Código Penal.

II.2. La sustitución de la pena principal

Son varios los argumentos para considerar que nos encontramos en el primero de los supuestos, es decir, que la sustitución de la pena lo es en su totalidad, y que por lo tanto no cabe derivar más consecuencias de la sentencia que las específicamente contempladas en el auto de ejecución.

Así, en primer lugar y precisamente, el literal del propio auto de ejecución. En el mismo se disponen una serie de obligaciones para el Tribunal, para el Registro Central de Penados y Rebeldes y para el condenado, limitándose a establecer, en relación con la Cámara, que se libre copia de la resolución a la Presidenta del Congreso de los Diputados, algo a lo que, por lo demás, viene obligado el Tribunal Supremo por imperativo del artículo 14.1 del Reglamento, teniendo en cuenta la concesión, en su momento, del suplicatorio para proceder contra el Sr. Rodríguez en la causa especial de referencia. En efecto, el auto de ejecución no impone ninguna actuación a la Cámara y, en particular, no hace derivar de la condena penal la pérdida del cargo ex artículo 6.2 a) de la LOREG; consecuencia que, por incidir de forma directa en el derecho fundamental del artículo 23 de la Constitución, es de tal gravedad que, no pudiendo deducirse en este caso de manera inequívoca de la normativa aplicable, entendemos que, de haber resultado procedente, habría de haber sido prevista de forma expresa y taxativa por el Tribunal, para el caso de que hubiera considerado que la sustitución no altera la naturaleza de la pena privativa de libertad impuesta inicialmente, extremo que, en cambio, tal y como se ha señalado anteriormente, sí que ha aclarado respecto de la pena accesoria. A una conclusión similar se llega si analizamos el asunto desde la óptica de los artículos 21 y 22 del Reglamento del Congreso, los cuales establecen como causa de suspensión o de pérdida de la condición de diputado, respectivamente, que una sentencia firme condenatoria lo comporte o que se haya declarado la incapacitación del diputado por decisión judicial firme. Ninguna de estas dos circunstancias se contempla, ni en el fallo de la sentencia ni en el auto de ejecución de la misma.

En segundo lugar, y desde la perspectiva del derecho penal, es preciso poner de relieve que, conforme al régimen jurídico vigente, la sustitución de la pena impuesta actúa ope legis en virtud de lo dispuesto en el artículo 71.2 del Código Penal, de acuerdo con el cual, y frente al régimen jurídico de la sustitución anterior al introducido por la Ley Orgánica 1/2015, de 30 de marzo, cuando por aplicación de las reglas de determinación de la pena proceda imponer una pena de prisión inferior a tres meses, la misma será en todo caso sustituida por multa, trabajos en beneficio de la comunidad o localización permanente, y ello, aunque la ley no prevea estas penas para el delito de que se trate.

No en vano, de conformidad con el artículo 33 del Código Penal, el mínimo legal establecido para las penas de prisión es de tres meses, no estando previstas penas de esta naturaleza por un plazo inferior. En este sentido, cabe entender que no estamos ante una sustitución de las previstas conforme a la regulación anterior a la reforma de 2015, cuando la sustitución se regulaba junto con la suspensión y la libertad condicional en el capítulo relativo a “las formas sustitutivas de la ejecución de las penas privativas de libertad y de la libertad condicional”, sino ante una suerte de pena principal alternativa a la prevista en el tipo y de aplicación obligatoria para el juez, por imperativo legal, en los casos en los que la pena de prisión resultante de la aplicación de las reglas de determinación de la pena sea inferior al mínimo legalmente previsto. La sustitución, ahora, vendría a transformar a la pena principal desde su origen y no de manera derivada y, así, la figura de la sustitución se regula actualmente, no como forma de ejecución, sino de aplicación de la pena y, de hecho, su concreción se produce en la propia sentencia y no como un efecto de la misma en la fase de su ejecución. Esta circunstancia, a nuestro entender, es relevante a la hora de establecer la aplicabilidad o no del artículo 6.2 a) de la LOREG al presente caso, y ello aun cuando se entienda que los efectos que la sentencia produce en el orden constitucional conforme a lo dispuesto en la citada Ley Orgánica sean diferentes de los que dicha sentencia genera en el orden penal, puesto que para cuando procedería aplicar la LOREG, ya ha operado la sustitución de la pena. Y ello, con la consecuencia fundamental de que, atendiendo al literal del artículo 6.2 a) de la LOREG, que vincula la inelegibilidad con la condena penal firme a pena privativa de libertad en el período que dure la pena, no cabría apreciar en este caso la concurrencia de tal inelegibilidad, toda vez que la pena privativa de libertad, en tanto que sustituida ab origine, no ha llegado a nacer en ningún momento.

Tampoco los efectos de un eventual incumplimiento de la pena sustituta se equiparan actualmente con los de la figura de la sustitución tradicional. Así, el ahora derogado artículo 88.2 del Código Penal preveía que “En el supuesto de incumplimiento en todo o en parte de la pena sustitutiva, la pena de prisión inicialmente impuesta se ejecutará descontando, en su caso, la parte de tiempo a que equivalgan las cuotas satisfechas, de acuerdo con la regla de conversión establecida en el apartado precedente”. En cambio, ahora, no disponiendo nada al respecto el artículo 71.2 del Código Penal, para el caso de incumplimiento de la pena sustituta de multa, sería de aplicación la responsabilidad penal subsidiaria de privación de libertad, que también podrá cumplirse mediante trabajos en beneficio de la comunidad, a que se refiere el artículo 53.1 del Código Penal.

Adicionalmente, no puede desconocerse el hecho de que, previendo el artículo 71.2 del Código Penal que la sustitución se pueda hacer por multa, trabajos en beneficio de la comunidad o localización permanente -esta última, pena privativa de libertad de acuerdo con el artículo 35 del Código Penal-, el Tribunal, al fijar la pena sustituta, ha decidido optar por la pena de multa. En definitiva, pudiendo haber impuesto una pena privativa de libertad, el Tribunal no lo hizo.

II.3. Principios constitucionales de interpretación de los derechos fundamentales.


 

 

sábado, 3 de septiembre de 2011

El telegrama largo

861.00 / 2 - 2246: Telegrama
Consejero de la Embajada en la Unión Soviética (Kennan) a la Secretaría de Estado
SECRETO
Moscú, 22 de febrero de 1946 - 21:00


La respuesta al 284 del Departamento, febrero 3, 11, involucra cuestiones tan intrincadas, delicadas y extrañas a nuestra forma de pensar, y tan importantes para el análisis de nuestro entorno internacional, que no puedo sintetizar la respuesta en un solo breve mensaje sin alertar sobre lo que, en mi opinión, podría ser una peligrosa simplificación. Espero, por lo tanto, que el Departamento coincida conmigo si remito estas cinco partes en respuesta a la pregunta, referidas a los siguientes asuntos:

(1) Las características básicas de la perspectiva soviética de la post-guerra.
(2) El porqué este punto de vista
(3) Su proyección en la política práctica a nivel oficial.
(4) Su proyección en el nivel no oficial.
(5) Conclusiones prácticas desde la perspectiva de la política de los Estados Unidos.

Pido disculpas de antemano por esta sobrecarga del canal telegráfico; pero las preguntas involucradas son de importancia tan urgente, particularmente a la vista de los recientes acontecimientos, que nuestras respuestas a ellas, si alguna atención merecen, me parece que la merecen inmediatamente.


Parte 1: Características básicas del punto de vista soviético de la posguerra, según la maquinaria de propaganda oficial

Son los siguientes:

(a) La Unión Soviética sigue acosada por un "cerco capitalista" antagónico con el que a la larga no puede haber coexistencia pacífica. Como dijo Stalin en 1927 a una delegación de los trabajadores estadounidenses: "En el desarrollo de la revolución internacional surgirán dos focos de importancia mundial: uno socialista, que atraerá a los países que tienden al socialismo, y otro capitalista, que atraerá a los países que se inclinan por el capitalismo. La batalla entre estos dos centros mando de la economía mundial decidirá el destino del capitalismo y del comunismo en el mundo entero".

(b) El mundo capitalista es acosado por conflictos internos inherentes a su propia naturaleza. Estos conflictos son insolubles mediante negociación pacífica. El mayor de ellos es entre Inglaterra y los Estados Unidos.

(c) Los conflictos internos del capitalismo inevitablemente generan guerras. Éstas pueden ser de dos tipos: guerras intra-capitalista (entre dos estados capitalistas) y guerras de intervención contra el mundo socialista. Los capitalistas inteligentes, intentando en vano eludir los conflictos internos, se inclinan hacia estas últimas.

(d) La intervención contra la URSS, aunque sería desastrosa para quienes la acometieran, podría retrasar el progreso del socialismo soviético y por tanto debe ser prevenida a toda costa.

(e) Los conflictos entre los estados capitalistas, aunque también suponen riesgos para la URSS, ofrecen sin embargo grandes posibilidades para el avance de la causa socialista, especialmente si la URSS sigue siendo militarmente poderosa e ideológicamente con fidelidad monolítica a su brillante liderazgo actual.

(f) Se debe tener en cuenta que no todo en el mundo capitalista es malo. Además de los elementos reaccionarios y burgueses incurables también incluye (1) elementos totalmente iluminados y positivos unidos en partidos comunistas aceptables (2) otros elementos (descritos por razones tácticas como progresistas o democrátas), cuyas reacciones, aspiraciones y actividades resultan ser "objetivamente" favorables a los intereses de la URSS. Estos últimos deben ser alentados y utilizados para los fines soviéticos.

(g) Entre los elementos negativos de la sociedad burguesa-capitalista, los más peligrosos son los que Lenin llamó falsos amigos del pueblo, es decir, los socialistas moderados o los líderes social-demócratas (en otras palabras, la izquierda no comunista). Los líderes de la izquierda moderada son más peligrosas que los reaccionarios consumados, que al menos marchan bajo sus verdaderos colores, porque confunden a la gente empleando dispositivos de socialismo en interés del capital reaccionario.

Esto en cuanto a las premisas. ¿A qué conclusiones llevan desde la perspectiva de la política soviética? A las siguientes:

(a) Todo lo que se haga debe ir encaminado a reforzar el poder relativo de la URSS en la sociedad internacional. A la inversa, no se debe desperdiciar ninguna oportunidad de reducir la fuerza y la influencia, tanto colectiva como individualmente, de las potencias capitalistas.

(b) Los esfuerzos soviéticos, y de los amigos de Rusia en el extranjero, debe orientarse hacia la profundización y explotación de las diferencias y conflictos entre las potencias capitalistas. Si éstas finalmente acaban en una "guerra imperialista", la misma debe transformarse en movimientos revolucionarios en los distintos países capitalistas.

(c) Los elementos "democráticos y progresistas" en el extranjero deben utilizarse al máximo para ejercer presión sobre los gobiernos capitalistas en asuntos convenientes a los intereses soviéticos.

(d) Debe librarse una lucha implacable contra de los líderes socialistas y socialdemócratas en el extranjero.


Parte 2: El porqué este punto de vista

Antes de examinar las ramificaciones en la práctica de este enfoque del Partido, hay ciertos aspectos del mismo sobre los que desearía llamar la atención.

En primer lugar, no representa el punto de vista espontáneo del pueblo ruso. Los rusos son en general amigables con el mundo exterior, deseosos por ampliar sus experiencias, por medir los talentos que son conscientes de poseer, y sobre todo ansiosos por vivir en paz y disfrutar de los frutos de su propio trabajo. La línea oficial del partido sólo son tesis que la maquinaria de propaganda oficial presenta con gran habilidad y persistencia a un público que a menudo se resiste a aceptarlas en sus pensamientos más íntimos. Pero las tesis del Partido son vinculante sobre los puntos de vista y conductas de las personas que conforman el aparato del poder –del partido, de la policía secreta y del gobierno– y es con ellos con quienes tenemos que tratar.

En segundo lugar, téngase en cuenta que las premisas en que se basa esta doctrina del partido son en su mayor parte simplemente falsas. La experiencia ha demostrado que la coexistencia pacífica y mutuamente beneficiosa entre estados capitalistas y socialistas, es totalmente posible. Los conflictos internos en los países desarrollados ya no son principalmente los derivados de la propiedad capitalista de los medios de producción, sino los que resultan del urbanismo y la industrialización avanzada, del mismo modo que lo que Rusia ha sido hasta el momento no se puede achacar al socialismo, sino sólo a su propio atraso. Las rivalidades internas del capitalismo no siempre generan guerras, y no todas las guerras son atribuibles a esta causa. Hablar de la posibilidad de una intervención contra la URSS hoy en día, después de la eliminación de Alemania y Japón y del ejemplo de la reciente guerra, es un completo sin sentido. Si no es provocado por fuerzas de la intolerancia y la subversión, el mundo "capitalista" actual es capaz de vivir en paz consigo mismo y con Rusia. Finalmente, ninguna persona decente tiene razones para dudar de la sinceridad de los líderes socialistas moderados de los países occidentales. Tampoco es justo negar el éxito de sus esfuerzos para mejorar las condiciones de la población activa cada vez que, como en Escandinavia, han tenido la oportunidad de demostrar lo que eran capaces de hacer.

La falsedad de esas premisas, todas anteriores a la reciente guerra, queda ampliamente demostrada en relación a las diferencias anglo-estadounidense, que no resultan ser las mayores entre las que existen en el mundo occidental. Los países capitalistas, ajenos a los del Eje, no mostraron ninguna disposición a resolver sus diferencias uniéndose en una cruzada contra la URSS. La propia URSS, en vez de convertir la guerra imperialista en guerras civiles y revolución, se vio obligada a luchar codo a codo con las potencias capitalistas hacia un interés común.

Sin embargo, pese a que todas estas tesis carecen de fundamento y están ampliamente refutadas, se siguen presentando con todo el descaro. ¿Qué indica eso? Que la línea del partido soviético no se basa en un análisis objetivo de la situación más allá de las fronteras de Rusia; que, en efecto, tiene poco que ver con las condiciones fuera de Rusia, sino que deriva principalmente del centro de las necesidades rusas, que existían antes de la guerra y siguen existiendo en la actualidad.

En el fondo de esta neurótica visión del Kremlin de los asuntos mundiales subyace el tradicional e instintivo sentimiento ruso de inseguridad. En su origen era la inseguridad de un pacífico pueblo agrícola que trataba de vivir en la vasta llanura expuesta en vecindad con feroces nómadas. A esto se añadió, cuando Rusia entró en contacto con un Occidente más avanzado económicamente, el temor al más competente, al más poderoso, a unas sociedades más organizadas. Pero esta última inseguridad afectó más a los gobernantes que al pueblo ruso; los dirigentes rusos siempre han sentido que sus formas de gobierno eran relativamente arcaicas, sustentadas en bases psicológicas frágiles y artificiales, en comparación con los sistemas políticos occidentales. Por eso siempre han recelado de la penetración extranjera, temían el contacto directo con el mundo occidental, preocupados por lo que pasaría si los rusos conocieran la verdad sobre el mundo exterior o los extranjeros sobre el interior. De tal modo se han habituado a buscar la seguridad sólo en una paciente lucha a muerte dirigida a la destrucción total de las potencias rivales, nunca en los pactos o compromisos.

No fue coincidencia que el marxismo, que desde medio siglo antes se difundía infructuosamente en Europa occidental, fuera en Rusia donde por primera vez ardiera. Sólo en esta tierra, que nunca había tenido vecinos amistosos o equilibrio tolerante entre poderes independientes, ya sea interno o internacional, podía desarrollarse una doctrina para la que los conflictos económicos de la sociedad son insolubles por medios pacíficos. Después del establecimiento del régimen bolchevique, el dogma marxista, vuelto aún más truculento e intolerante por la interpretación de Lenin, se convirtió en un vehículo perfecto para la sensación de inseguridad de los bolcheviques, mayor incluso que la de los anteriores gobernantes de Rusia. En este dogma, con su básica finalidad altruista, encontraron la justificación de su miedo instintivo al mundo exterior, de la dictadura sin la cual no saben gobernar, de crueldades que se atrevieron a infligir, de los sacrificios que se sintieron obligados a exigir. En nombre del marxismo sacrificaron toda consideración ética individual en sus métodos y tácticas. Hoy ya no pueden prescindir del marxismo: es la hoja de parra de su respetabilidad intelectual y moral. Sin él, se presentarían ante la historia, en el mejor de los casos, como el último de una larga sucesión de gobernantes rusos cruel y derrochadora, que han forzado al país a llegar a nuevos y más altos niveles de poderío militar a fin de garantizar la seguridad externa de sus débiles regímenes internos. Así se explica por qué los propósitos soviéticos siempre han de vestirse con lo solemnes atavíos del marxismo, y por qué no se debe subestimar la importancia del dogma en los asuntos soviéticos. Los líderes soviéticos son impelidos por las necesidades de su pasado y del presente a presentar el mundo exterior como el mal, hostil y amenazante, en el que se desarrollan los gérmenes de una enfermedad progresiva, y destinado a sufrir atormentado las creciente convulsiones internas hasta que el poder del socialismo le dé el golpe de gracia que abra el paso a un mundo nuevo y mejor. Esta tesis proporciona la justificación para todo: para el aumento del poder militar y policial del estado ruso, para el aislamiento de la población rusa del mundo exterior, y para que la constante y fluida presión que busca ampliar los límites del poder de policía de Rusia, propia de los impulsos naturales e instintivos de los gobernantes rusos. Básicamente, esto es sólo parte de la evolución constante del inquieto nacionalismo ruso, un movimiento secular en el que las concepciones de ofensa y defensa están íntimamente confundidas. Pero en el nuevo aspecto del marxismo internacional, con sus promesas de miel a un desesperado y desgarrado por la guerra al mundo exterior, es más peligroso e insidioso que nunca. Pero con su nueva apariencia del marxismo internacional, con sus promesas edulcoradas a un mundo desesperado recién salido de la guerra, es más peligroso e insidioso que nunca.

De lo anterior no se debe deducir que la visión del partido soviético es necesariamente falsa e hipócrita por parte de quienes la sostienen. Muchos ignoran demasiado el mundo exterior a lo que hay que sumar una especie de auto-hipnosis mental que les permite creer, sin ninguna dificultad, lo que les resulta reconfortante y conveniente. Por último es un misterio sin resolver si alguien, en este gran país, recibe información precisa e imparcial sobre el mundo exterior. En la atmósfera de secretismo oriental y de conspiración que impregna este Gobierno, las posibilidades de distorsionar o envenenar las fuentes y las corrientes de información son infinitas. La falta de respeto de los rusos por la verdad objetiva –de hecho, la falta de fe en su misma existencia– los lleva a ver todos los hechos declarados como meros instrumentos para promover uno u otro propósito. Hay buenas razones para sospechar que el actual Gobierno es en realidad una conspiración dentro de una conspiración; por mi parte, me resisto a creer que Stalin reciba información mínimamente objetiva del mundo exterior. Aquí hay un amplio margen para el tipo de intriga sutil en el que los rusos son expertos desde siempre. La incapacidad de los gobiernos extranjeros para exponer sus casos directamente ante los responsables de la política rusa –en la medida en que se ven obligados a llevar sus relaciones con Rusia a través de consejeros oscuros y desconocidos que no pueden influir en aquélla– es, a mi modo de ver, la característica más inquietante de la diplomacia moscovita, y algo que los estadistas occidentales harían bien en tener en cuenta si pretenden entender la naturaleza de las dificultades que aquí se encuentran.


Parte 3: Efectos del punto de vista soviético en la política práctica a nivel oficial

Ya hemos visto la naturaleza y escenario del programa soviético. ¿Qué podemos esperar de su aplicación práctica?

La política soviética, como el Departamento supone en su consulta de referencia, se lleva a cabo en dos planos: (1) el plano oficial representado por las acciones emprendidas oficialmente en nombre del gobierno soviético, y (2) el plano subterráneo de las acciones emprendidas por las agencias respecto de las cuales el Gobierno soviético no admite tener responsabilidad.

La política promulgada en ambos planos se calcula para servir a las estrategias básicas (a) a (d) que se indican en la parte 1. Las medidas adoptadas en los diferentes planos se diferencian considerablemente, pero son congruentes en la finalidad, coordinación temporal y efectos.

En el plano oficial, debemos resaltar lo siguiente:

(a) Las políticas internas dedicadas a incrementar en todas las formas posibles el poder el prestigio del estado soviético: industrialización militar intensiva, máximo desarrollo de las fuerzas armadas, grandes exhibiciones para impresionar a los forasteros, absoluto hermetismo sobre los asuntos internos, al objeto de ocultar debilidades y esconder la oposición.

(b) Siempre que se considere oportuno y prometedor, se harán esfuerzos para ampliar los límites oficiales del poder soviético. Por el momento, estos esfuerzos están restringidos a ciertas áreas vecinas concebidas aquí de inmediata necesidad estratégica, como el norte de Irán, Turquía, posiblemente Bornholm (isla danesa entre Suecia y Polonia). Sin embargo, otras zonas pueden ponerse en cuestión, en cualquier momento, en cuestión, si el poder político soviético se extiende a nuevas áreas. Así, a un "gobierno persa amigo" se le puede pedir que ceda a Rusia un puerto en el Golfo Pérsico. Si España cae bajo el control comunista, podría plantearse una base soviética en el Estrecho de Gibraltar. No obstante, este tipo de reivindicaciones sólo se presentarán en el nivel oficial una vez que se haya culminado su preparación en el plano no oficial.

(c) Los rusos participarán oficialmente en los organismos internacionales que les ofrezcan la oportunidad de extender el poder soviético o de inhibir o diluir el de los demás. Moscú no ve la ONU como el mecanismo para una sociedad mundial permanente y estable fundada en el interés mutuo y los objetivos de todas las naciones, sino un escenario en el cual puede promover los objetivos que acabo de mencionar. Mientras la ONU se considere útil a este propósito, los soviéticos permanecerán en ella; pero si en algún momento llegan a la conclusión de que está sirviendo para dificultar o frustrar sus objetivos de expansión de su poder y ven mejores perspectivas para conseguirlos mediante otras tácticas, no dudarán en abandonarla. Esto requeriría, en todo caso, que se sintieran suficientemente fuertes para dividir la unidad de los países con su retiro, para hacer ineficaz la ONU como amenaza a sus intereses o a su seguridad, reemplazándola con un arma internacional más eficaz desde sus puntos de vista. Por lo tanto la actitud soviética hacia la ONU dependerá en gran medida de la lealtad de las otras naciones a ésta, y del grado de vigor, firmeza y cohesión con la que las restantes naciones defiendan que los conceptos de paz y esperanza de la vida internacional de nuestro modo de pensar están representados en esta organización. Reitero: Moscú no tiene ninguna devoción a los ideales abstractos ONU; su actitud frente a la organización seguirá siendo esencialmente pragmática y táctica.

(d) En relación a las áreas coloniales y los pueblos atrasados o dependientes, la política soviética, incluso en el plano oficial, se dirigirá hacia el debilitamiento del poder, influencia y contactos de los países occidentales desarrollados, en la idea de que, en la medida en que esta política tenga éxito, se creará un vacío que favorezca la penetración comunista-soviético. La presión soviética para participar en los acuerdos de fideicomiso responde, en mi opinión, al deseo de estar en condiciones de complicar e inhibir el ejercicio de cualquier influencia occidental en estos territorios así como conseguirse mayores canales para ejercer el poder soviético. No falta el motivo final, pero para ello los soviéticos prefieren confiar medios distintos de los acuerdos de administración fiduciaria oficial. Así, debemos esperar que los soviéticos soliciten la admisión en cualquier lugar que se someta a tutela o arreglos similares y que uso las palancas que adquiera para debilitar la influencia occidental entre estos pueblos.

(e) Los rusos se esforzarán enérgicamente para desarrollar la representación soviética y los lazos oficiales con países en los que crean que hay más posibilidades de una fuerte oposición a los centros de poder occidentales. Esto se aplica áreas tan distantes entre sí como Alemania, Argentina, países de Oriente Medio, etc.

(f) En las cuestiones económicas internacionales, la política soviética estará dirigida hacia la consecución de la autarquía de la Unión Soviética y de las áreas adyacentes bajo su control. Ésta, sin embargo, será una política subyacente, dado que la línea oficial no está todavía del todo clara. El gobierno soviético ha manifestado extrañas reticencias en relación al comercio exterior desde el fin de las hostilidades. Si en breve se generan a gran escala créditos a largo plazo, creo que el gobierno soviético podría de nuevo pronunciarse, como ya lo hizo en 1930, a favor de la conveniencia general de los intercambios económicos internacionales. Si no es así, considero muy probable que el comercio exterior soviético se restrinja a su propia esfera de seguridad, incluyendo las áreas ocupadas de Alemania, dando oficialmente la espalda al principio general de colaboración económica entre naciones.

(g) En lo que respecta a la colaboración cultural, las declaraciones oficiales defienden la conveniencia de fomentar los contactos culturales entre los pueblos, pero en la práctica no debe interpretarse de ninguna manera que a través de éstos pudiera debilitarse la seguridad soviética. Las muestras reales de la política soviética en este sentido se limitan a áridas y controladas visitas oficiales guiadas y actos, con exceso de vodka y discursos, pero de escasos efectos permanentes.

(h) Más allá de esto, las relaciones soviético oficiales se llevarán en forma que puede llamarse "correcta" cada uno de los gobiernos extranjeros, con gran énfasis en el prestigio de la Unión Soviética y de sus representantes y una atención escrupulosa al protocolo, muy distinto de los buenos modales.


Parte 4: Lo que puede decirse en cuanto a lo que podemos esperar de la aplicación de las políticas básicas soviéticas en el plano no oficial o subterráneo (actuaciones de las que el Gobierno soviético no se hace responsable)

Las agencias utilizadas para la difusión de las políticas en este plano son los siguientes:

1. Núcleo interno central de los partidos comunistas en otros países. Si bien muchas de las personas que componen esta categoría también pueden aparecer y actuar en las cargos públicos no relacionados, en realidad trabajan en estrecha colaboración como un directorio operativo subterráneo del comunismo mundial, un Komintern oculto bien coordinados y dirigidos por Moscú. Es importante recordar que este núcleo interno está propiciando políticas ocultas, al margen de la legalidad de los partidos asociados.

2. Bases de los partidos comunistas. Debe distinguirse entre éstos y las personas definidas en el apartado 1. Esta distinción se ha convertido en mucho más importante en los últimos años. Mientras que los partidos comunistas extranjeros que antes representaban una curiosa (y desde el punto de vista de Moscú, a menudo incómoda) mezcla de conspiración y de actividad legítima, ahora el elemento conspirativo se concentra netamente en el círculo interno ordenado en el plano subterráneo, mientras que los militantes de base –a quienes ni siquiera se informa sobre las realidades del movimiento- son aprovechados como partisanos de buena fe impulsores de ciertas tendencias políticas en sus propios países, completamente ignorantes de las conexiones conspiratorias con estados extranjeros. Sólo en algunos países donde son numéricamente fuertes, los comunistas aparecen regularmente actuando como un todo. Por regla general, los militantes son utilizados para penetrar e influir o dominar, según sea el caso, en otras organizaciones menos sospechosas de ser instrumentos del gobierno soviético; la finalidad es lograr sus propósitos a través de otras organizaciones, en lugar de mediante la acción directa como partido político independiente.

3. Una amplia variedad de asociaciones u organismos nacionales que pueden ser dominados o influidos por la penetración comunista. Entre éstos se incluyen sindicatos, ligas juveniles, organizaciones de mujeres, sociedades raciales, sociedades religiosas, organizaciones sociales, grupos culturales, revistas liberales, editoriales, etc.

4. Las organizaciones internacionales en las que pueden igualmente penetrar a través de la influencia sobre sus diversos componentes nacionales. Las relativas al trabajo y a la mujer y la juventud ocupan lugares preferntes. De particular importancia, casi vital, es a este respecto el movimiento obrero internacional. En tal sentido, Moscú considera la posibilidad de apartar a los gobiernos occidentales de los asuntos mundiales mediante la creación de un lobby internacional capaz de obligarles a adoptar medidas favorables a los intereses soviéticos en varios países y paralizar las acciones contrarias a la URSS.

5. La Iglesia Ortodoxa Rusa, con sus sucursales en el exterior, y a través de ella la Iglesia Ortodoxa Oriental en general.

6. El movimiento paneslavo y otros análogos (Azerbaiyán, Armenia, turcomanos, etc) sobre la base de los grupos raciales que hay en la Unión Soviética.

7. Gobiernos o grupos gobernantes dispuestos a prestarse a los fines soviéticos en un grado u otro, como los actuales de Bulgaria y Yugoslavia, el régimen régimen del Norte de Persia, los comunistas chinos, etc. Estos regímenes pueden poner a disposición de la URSS no solo sus maquinarias de propaganda sino también políticas reales.

Es de esperar que los componentes de este extenso aparato se utilizarán de acuerdo con sus aptitudes individuales, como sigue:

(a) Socavando las políticas y estrategias generales de las grandes potencias occidentales. En esos países intentarán minar la autoconfianza nacional, frustrar las medidas de la defensa nacional, agudizar el malestar social e industrial, estimular cualquier forma de desunión. Actuarán entre los colectivos con quejas, sean económicas o raciales, instalándoles a que reclamen sus reivindicaciones, pero no mediante la mediación y el compromiso sino a través de revueltas violentas y desafiantes que destruyan otros elementos de la sociedad. A los pobres se les enfrentará contra los ricos, a los negros en contra de los blancos, a los jóvenes en contra de los viejos, a los recién llegados en contra de los residentes establecidos, etc.

(b) En este nivel subterráneos, los esfuerzos para debilitar el poder e influencia de las potencias occidentales en los países coloniales o dependientes serán particularmente violentos, sin restricciones. Los errores y las debilidades de la administración colonial se expondrán despiadadamente para ser explotados en su provecho. Se movilizará la opinión liberal de los países occidentales a fin de debilitar el apoyo a las políticas coloniales. Se estimulará el resentimiento entre los pueblos dependientes, apoyándoles en la búsqueda de la independencia, si bien, cuando la logren, la maquinaria política soviética estará preparará para tomar el poder a través de sus títeres locales.

(c) Donde los gobiernos contrarresten la presión de los objetivos soviéticos se intentará que caigan. Esto puede ocurrir cuando los gobiernos se oponen directamente a las metas de la política exterior soviética (Turquía, Irán), cuando sellan sus territorios de la penetración comunista (Suiza, Portugal), o cuando compiten con demasiada fuerza, como el gobierno laborista en Inglaterra, por la autoridad moral entre elementos cuyo dominio es importante para los comunistas. (A veces, dos de estos elementos están presentes en un solo caso; entonces, la oposición comunista se hace particularmente intensa y violenta).

(d) En los países comunistas extranjeros, por regla general, el trabajo se enfocará hacia la destrucción de todas las formas de independencia personal, económica, política o moral. Su sistema sólo puede manejar personas en completa dependencia de un poder superior. Por lo tanto, las personas que son económicamente independientes –como los empresarios individuales, propietarios de tierras, prósperos agricultores, artesanos y todos aquellos que ejercen autoridad local o gozan de prestigio local, como un clérigo local popular o figuras políticas– son anatema. No es por casualidad que, incluso en la URSS, las autoridades locales se mantienen en constante cambio de un destino a otro, para evitar su arraigo.

(e) Se hará todo lo posible para enfrentar entre sí a las principales potencias occidentales. Entre los norteamericanos se propiciarán discursos antibritánicos y a la inversa. A los continentales, incluidos los alemanes, se les enseñará a aborrecer a ambas potencias anglosajonas. Donde haya susceptibilidades, se avivarán; donde no, se encenderán. No se escatimarán esfuerzos para desacreditar y combatir todas las actividades que fomenten cualquier forma de unidad o cohesión entre otros países, de la que Rusia podría ser excluida. Por lo tanto, es de esperar que todas las formas de organización internacional impermeables a la penetración y control comunista, ya sea la iglesia católica internacional, las relativas a asuntos económicas, o la fraternidad internacional de la realeza y la aristocracia, se encuentran bajo el fuego cruzado de muchas actividades de este plano subterráneo.

(f) En general, todos los esfuerzos soviéticos en el plano internacional no oficial serán negativos y destructivos, concebidos para destruir las fuentes de las fuerzas fuera del alcance del control soviético. Es una consecuencia obligada del instinto básico soviético que se niega a cualquier compromiso con el poder rival, de modo que el trabajo constructivo sólo puede iniciarse bajo el poder comunista. Pero detrás de todo esto habrá una presión insistente e incesante para penetrar y dominar las posiciones clave en la administración y, sobre todo, en los aparatos policiales de países extranjeros. El régimen soviético es un régimen policial por excelencia, criado en el mundo de intriga policial zarista, acostumbrado a pensar sobre todo en términos de poder policial. Esto nunca debe olvidarse al discutir los motivos soviéticos.


Parte 5: Conclusiones prácticas desde la perspectiva de la política de los Estados Unidos

En resumen, tenemos aquí una fuerza política fanáticamente comprometida con la creencia de que no puede haber un modus vivendi permanente con EE.UU; que es deseable y necesario que la armonía interna de nuestra sociedad sea quebrada, nuestra forma de vida tradicional destruida, rota la autoridad de nuestro estado en la comunidad internacional; todos ellos requisitos imprescindibles para que el poder soviético se sienta seguro. Esta fuerza política tiene completamente a su disposición las energías de uno de los grandes pueblos del mundo y los recursos del territorio nacional más rico del planeta, y es arrastrada por las profundas y poderosas corrientes del nacionalismo ruso. Además, cuenta con un complejo y extendido aparato para ejercer influencia en otros países, un aparato de asombrosa flexibilidad y versatilidad, gestionado por personas cuya experiencia y habilidad en los métodos subterráneos probablemente no tienen parangón en la historia. Por último, sus reacciones básicas parecen impermeables a consideraciones realistas; para ellos, los hechos objetivos de la sociedad humana no son, como entre nosotros, la referencia respecto de la cual se están continuamente probando y reajustando los puntos de vista, sino una caja de sorpresa de la que se seleccionan elementos arbitraria y tendenciosamente para reforzar los enfoques ya preconcebidos. No es ciertamente una imagen agradable. Cómo hacer frente a esta fuerza es, sin duda, la tarea más grande a la que se ha enfrentado nuestra diplomacia y probablemente nunca tenga otra mayor. En la actual coyuntura, debe ser el punto de partida desde el que se articule el conjunto de nuestro trabajo político. Debe ser abordado con el mismo rigor y detalle que se tuvo ante los problemas de más importancia estratégica durante la guerra y, si es necesario, con no menos desembolsos para los esfuerzos de planificación. No puedo sugerir aquí todas las respuestas, pero querría dejar constancia de mi convicción de que tenemos capacidad para resolver el problema sin recurrir a un conflicto militar generalizado. Y en apoyo de esta convicción hay algunas observaciones más alentadoras que me gustaría hacer:

1) El poder soviético, a diferencia de la Alemania hitleriana, no es esquemático ni aventurero, no está sujeto a planes rígidos, no toma riesgos innecesarios, es impermeable a la lógica de la razón y muy sensible a la de la fuerza. Por esta razón se puede retraer fácilmente –y por lo general así hace– en cualquier momento en que se encuentra una fuerte resistencia. Por lo tanto, si el adversario tiene la suficiente fuerza y deja claro que está dispuesto a usarla, rara vez tiene que hacerlo. Si las situaciones se manejan adecuadamente no hay necesidad de enfrentamientos que involucren prestigio.

(2) Comparada con el mundo occidental en su conjunto, los soviéticos siguen siendo de lejos la fuerza más débil. Por lo tanto, su éxito dependerá realmente de grado de cohesión, firmeza y vigor que Occidente pueda reunir. Y tenemos capacidad para influir sobre este factor.

(3) El éxito del sistema soviético, como forma de poder interno, aún no está probado. Todavía no se ha demostrado que pueda sobrevivir al reto supremo de la transferencia sucesiva de poder de un individuo o un grupo a otro. La muerte de Lenin fue la primera de las transferencias, y sus efectos han sacudido al estado soviético durante 15 años. Después de la muerte de Stalin o de su jubilación vendrá la segunda. Pero incluso ésta no va a ser la prueba final. El sistema interno soviético va a ser ahora sometido, a causa de las recientes expansiones territoriales, a una serie de tensiones adicionales que ya supusieron duras pruebas en el zarismo. Aquí estamos convencidos de que nunca, desde la terminación de la guerra civil, la masa del pueblo ruso ha estado más alejada emocionalmente de las doctrinas del Partido Comunista. En Rusia, el partido se ha convertido en un gran un aparato, de gran éxito por el momento, de la administración dictatorial, pero ha dejado de ser fuente de inspiración emocional. Por lo tanto, la solidez interna y la permanencia del movimiento todavía no ha de considerarse segura.

(4) Toda la propaganda soviética al exterior del ámbito de seguridad soviético es básicamente negativa y destructiva. Por lo tanto, debería ser relativamente fácil combatirla mediante programas inteligentes y constructivos.

Por estas razones creo que podemos abordar de forma calmada y con buena intención el problema de cómo tratar a Rusia. En relación a la forma en que debemos hacerlo, sólo me gustaría avanzar, a modo de conclusión, los siguientes comentarios:

(1) Nuestro primer paso debe ser el de aprehender y reconocer la naturaleza del movimiento con el que tratamos. Debemos estudiarlo con el mismo coraje, la misma objetividad y la misma determinación de no implicarnos emocionalmente, con los que un médico analiza a los individuos indisciplinados y nada razonables.

(2) Debemos hacer ver a nuestro pueblo las realidades de la situación rusa. No cabe exagerar la importancia de este objetivo. La prensa no puede hacer sola esta tarea; ha de ser afrontada mayoritariamente por el Gobierno, que necesariamente tiene más experiencia y está mejor informado sobre los problemas prácticos en juego. No nos debe disuadir la fealdad de la imagen. Estoy convencido de que habría mucho menos histerismo anti-sovético en nuestro país si las realidades de la situación se comprendieran mejor por nuestra gente. No hay nada tan peligroso o tan terrible como lo desconocido. Se podría argumentar que revelar más información sobre las dificultades con Rusia afectaría negativamente a las relaciones soviético-americanas. Si hubiera en este aspecto algún riesgo real, creo que deberíamos tener el valor de afrontarlo, y cuanto antes mejor; pero no alcanzo a ver ese riesgo. Nuestras apuestas en este país, a pesar de las exageradas demostraciones de simpatía hacia el pueblo ruso, son notablemente pequeñas. No tenemos inversiones que proteger, tampoco comercio que perder, prácticamente no hay ciudadanos americanos por los que preocuparnos, muy escasos los contactos culturales que debamos preservar. Nuestro único interés radica en lo que esperamos más que en lo que tenemos; y estoy convencido de que tenemos mejores posibilidades de materializar esas expectativas si nuestro público es informado y si nuestro trato con los rusos se apoya exclusivamente sobre bases realistas.

(3) Mucho depende de la salud y vigor de nuestra propia sociedad. El comunismo mundial es como un parásito maligno que se alimenta sólo en tejidos enfermos. Por tal motivo, las políticas doméstica y exterior que adopten medidas valientes e incisivas para resolver los problemas internos de nuestra propia sociedad, para mejorar la confianza en sí misma, la disciplina, la moral y el espíritu comunitario, suponen victorias sobre Moscú que valen más que mil notas diplomáticas y comunicados conjuntos. Si no abandonamos el fatalismo y la indiferencia frente a las deficiencias de nuestra propia sociedad, Moscú se beneficiará, Moscú no dejará de aprovecharlo en su política exterior.

(4) Debemos formular y presentar a otras naciones una imagen mucho más positiva y constructiva de la clase de mundo que nos gustaría de la que hemos presentado en el pasado. No basta con instar a la gente a desarrollar procesos políticos similares al nuestro. Muchos pueblos extranjeros, al menos en Europa, están cansados y asustados por las experiencias del pasado, y tienen menos interés en la libertad abstracta que en la seguridad. Buscan ser orientados más que responsabilidades y nosotros debemos estar en mejores condiciones que los rusos para guiarlos. Si no lo hacemos, los rusos sin duda lo harán.

(5) Por último debemos tener coraje y confianza en nuestros propios métodos y concepciones de la sociedad humana. Después de todo, el mayor peligro que nos acecha ante el comunismo soviético, es que nos permitamos a nosotros mismos parecernos a aquellos a quienes combatimos.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Las fuentes del comportamiento soviético

George F. Kennan, 1947
Parte I

La peculiaridad política del poder soviético tal y como hoy lo conocemos es producto tanto de la ideología como de las circunstancias: ideología heredada por los actuales dirigentes soviéticos del movimiento en el que tuvieron su origen político, y circunstancias de un poder que llevan ejerciendo durante casi tres décadas. Pocas tareas de análisis psicológico hay más difíciles que rastrear la interacción de estos dos factores y el peso relativo de cada una en la conformación de la conducta oficial soviética; debe intentarse, no obstante, si queremos entender ese comportamiento y contrarrestarlo de modo eficaz.

Es difícil resumir el conjunto de conceptos ideológicos con los que los líderes soviéticos llegaron al poder. La ideología marxista, en su proyección en la Rusia comunista, siempre ha estado en una sutil evolución y los principios sobre los que descansa son muchos y complejos. Sin embargo, las características principales del pensamiento comunista, tal como existía en 1916, quizá puedan sintetizarse en los siguientes aspectos: (a) que el factor central en la vida del hombre, el que determina el carácter de la vida pública y la "fisonomía de la sociedad", es el sistema mediante el cual los bienes materiales se producen e intercambian; (b) que el capitalismo es un sistema de producción nefasto que implica inevitablemente la explotación de la clase obrera por la clase de los propietarios del capital y, además, es incapaz de aprovechar adecuadamente los recursos económicos de la sociedad o de distribuir equitativamente los bienes materiales producidos por el trabajo humano; (c) que el capitalismo contiene en sí mismo las semillas de su propia destrucción y que, vista la incapacidad de la clase propietaria para ajustarse a los cambios económicos, el resultado final e inevitable será una transferencia de poder revolucionario de la clase obrera; y (d) que el imperialismo, la fase final del capitalismo, conduce directamente a la guerra y la revolución.

El resto puede resumirse en las propias palabras de Lenin: ".. La desigualdad del desarrollo económico y político es ley inflexible del capitalismo. De ello se deduce que la victoria del socialismo puede suceder originariamente en unos pocos países capitalistas o incluso en uno solo. El proletariado triunfante de ese país, después de expropiar a los capitalistas y organizar la producción socialista, se levantaría contra el restante mundo capitalista, atrayendo hacia sí en dicho proceso a las clases oprimidas de esos otros países". Debe hacerse notar que Lenin no asumía que el capitalismo se derrumbaría por si solo sino que necesitaría un último empujón, el del proletariado revolucionario, que volcara la estructura tambaleante. Pero ese empujón, tarde o temprano, había de producirse inevitablemente.

Durante los cincuenta años previos al estallido de la Revolución, este esquema de pensamiento ejerció gran fascinación entre los miembros del movimiento revolucionario ruso. Frustrados, descontentos, sin esperanza de encontrar cauces de expresión –o demasiado impacientes para buscarlos– dentro de los límites en los que los confinaba el sistema político zarista, pero, al mismo tiempo, carentes de apoyo popular amplio que defendiera su sangrienta revolución como medio de mejoramiento social, estos revolucionarios encontraron en la teoría marxista una racionalización muy conveniente para sus propios deseos instintivos. El marxismo les ofreció una justificación pseudo-científica a su impaciencia, a su negación radical del sistema zarista, a sus ansias de poder y venganza y a su inclinación a tomar atajos para alcanzarlas. Por tanto, no es de extrañar que interiorizaran, como sólidamente verdaderas, las enseñanzas del marxismo-leninismo, pues congeniaban con sus propios impulsos y emociones. No hay por qué dudar de su sinceridad, ya que se trata de un fenómeno tan antiguo como la propia naturaleza humana. Ninguna descripción más apropiada que la escrita por Edward Gibbon en La decadencia y caída del Imperio Romano: "El paso del entusiasmo a la impostura es arriesgado y resbaladizo; el demonio de Sócrates ofrece un memorable ejemplo de cómo un hombre sabio puede engañarse a sí mismo, cómo un hombre sabio puede engañar a otros, cómo la conciencia puede aletargarse en un confuso estado a medias entre la auto-ilusión y el fraude voluntario". Y así, con estas ideas, los miembros del partido bolchevique llegaron al poder.

Ahora bien, durante los años preparatorios la revolución, la atención de estos hombres, como la del propio Marx, se había enfocado no tanto en la forma del futuro socialismo sino en cómo derrocar el poder rival, condición necesaria previa a la introducción de aquél. Por tanto, sus pensamientos en términos positivos sobre los programas que habrían de poner en marcha cuando tomaran el poder, eran en su mayor parte visionarios, nebulosos y poco prácticos. Aparte de la nacionalización de la industria y la expropiación de los grandes capitales privados, no tenían casi nada claro. Qué hacer con los campesinos, quienes según la formulación marxista no se incluían en el proletariado, ha sido siempre un asunto impreciso en la doctrina comunista, y foco de controversias y vacilaciones durante los primeros años de poder.

Las circunstancias del inmediato periodo post-revolucionario –la guerra civil en Rusia y la intervención extranjera, además del hecho evidente de que los comunistas representaban sólo una pequeña minoría del pueblo ruso– obligó necesariamente a establecer una dictadura. El experimento del "comunismo de guerra" y el brusco intento de suprimir la producción y el comercio privados tuvieron desafortunadas consecuencias económicas, generando más rencor contra el régimen revolucionario. Aunque la Nueva Política Económica, que supuso aflojar transitoriamente los esfuerzos en la comunistización de Rusia, alivió algo la miseria económica como era su propósito, también puso en evidencia que el "sector capitalista de la sociedad" seguía preparado para aprovecharse de inmediato de cualquier relajación del gobierno por lo que, si se permitía su existencia, se convertiría en una poderosa oposición al régimen soviético y un serio rival de su influencia en el país. Más o menos lo mismo se pensaba de los campesinos individuales quienes, en su modesta escala, eran también productores privados.

Quizá Lenin, de haber vivido, habría sido capaz de reconciliar estas fuerzas en conflicto en beneficio de la sociedad rusa, aunque esto sea muy cuestionable. Pero Stalin y quienes le acompañaron en la lucha por la sucesión del liderazgo de Lenin, no eran hombres dispuestos a tolerar fuerzas políticas rivales en la esfera de poder que tanto codiciaban. Su inseguridad era demasiado grande; su estilo particular de fanatismo, carente de las tradiciones anglosajonas de compromiso, era demasiado fuerte y celoso para admitir cualquier tipo de alternancia en el poder. Del mundo ruso-asiático del que provenían heredaron un intenso escepticismo en cuanto a las posibilidades de convivencia permanente y pacífica entre fuerzas rivales. Convencidos de la justicia de su propia doctrina, insistieron en que no había otra alternativa que la sumisión o destrucción de cualquier rival. Fuera del partido comunista, la sociedad rusa no podía tener consistencia; no podía haber ninguna forma de actividad colectiva que no estuviese dominada por el Partido; no se podía permitir que ninguna iniciativa espontánea adquiriera vitalidad. La única estructura social tenía que ser la del Partido; todo lo demás quedaría como una masa amorfa.

Dentro del partido se aplicaría el mismo principio. La masa de los miembros del partido podría participar en todos los procedimientos de elección, deliberación, decisión y acción, pero sus movimientos responderían, no a sus voluntades individuales, sino al aliento omnímodo de la dirección del Partido y a la permanente preeminencia de la Palabra, rumiada hasta la saciedad.

Conviene insistir nuevamente en que, en sus conciencias, esos hombres probablemente no buscaban imponer un régimen absolutista para su beneficio. Estaban convencidos sin género de dudas –y es fácil creerlo– que sólo ellos sabían lo que era bueno para la sociedad y que ese bien lo conseguirían una vez que su poder fuera firme e indiscutido. Pero, para conseguir esa seguridad se consideraban dispensados de toda restricción, divina o humana, en los métodos. Y hasta que entendieran que su posición en el poder era lo suficientemente segura, la comodidad y felicidad del pueblo ocupaba un lugar demasiado bajo entre sus prioridades.

Hasta el día de hoy este proceso de consolidación política no ha sido culminado y los hombres del Kremlin siguen empeñados sobre todo en la lucha para asegurar y convertir en absoluto el poder del que se incautaron en noviembre de 1917. En un principio los esfuerzos para asegurarlo se dirigieron contra los elementos de oposición dentro de la sociedad Soviética; pero enseguida también contra el mundo exterior. La ideología, como hemos señalado, les convenció de que el mundo exterior era hostil y que tenían el deber de derrocar los poderes políticos más allá de sus fronteras. La historia y la tradición rusa contribuyeron también a alimentar ese sentimiento. Por último, su propia intransigencia agresiva hacia el resto del mundo produjo la reacción, de modo que se vieron obligados, usando otra frase de Gibbon, a "castigar la contumacia" que ellos mismos habían provocado. Es un privilegio indiscutible de cada hombre convencerse de que el mundo es su enemigo, tesis que se convierte en verdadera, si se reitera con bastante frecuencia hasta convertirla en la base de la conducta.

Debido pues a la forma de pensar de los líderes soviéticos tanto como al carácter de su ideología, a ninguna oposición le pueden reconocer oficialmente algún mérito o justificación. Cualquier oposición sólo puede provenir, en teoría, de las fuerzas hostiles e incorregibles del capitalismo agonizante. Mientras los restos del capitalismo siguieron existiendo en Rusia, fue posible atribuir a un elemento interno parte de la culpa del mantenimiento de un gobierno dictatorial. Pero a medida que iban liquidándose esta justificación se debilitó hasta desaparecer por completo, cuando se declaró oficialmente que el capitalismo había sido definitivamente destruido. Este hecho dio origen a una de las compulsiones básicas del régimen soviético: dado que ya no había capitalismo en Rusia y como no cabía admitir que de las masas liberadas pudiera surgir el deseo espontáneo de oponerse a la autoridad del Kremlin, se hizo necesario recurrir a la amenazas del capitalismo extranjero para justificar la continuidad de la dictadura.

Este discurso data de fechas tempranas En 1924, Stalin defendió específicamente el mantenimiento de los órganos represivos, el ejército y la policía secreta, entre otros, sobre la base de que "mientras exista un cerco capitalista, habrá riesgo de intervención con todas las consecuencias que de ello derivan". De acuerdo con esa teoría, desde ese momento todos los movimientos de oposición interna en Rusia han sido invariablemente atribuidos a agentes de las fuerzas extranjeras reaccionarias y enemigas del poder soviético.

Por idénticos motivos se repite insistentemente la tesis original comunista de un antagonismo básico entre los mundos capitalista y socialista. Resulta claro, a partir de muchos indicios, que este énfasis no se funda en los hechos reales. Éstos se confunden debido a la existencia de un genuino resentimiento extranjero hacia la filosofía y tácticas soviéticas así como a la presencia de grandes centros de poder, en particular el régimen nazi en Alemania y el gobierno japonés de finales de 1930, que ciertamente tenía planes de agresión contra la Unión Soviética. Pero hay amplia evidencia de que la insistencia de Moscú sobre las amenazas a que se enfrenta la sociedad soviética fuera de sus fronteras no se explica tanto en la realidad de antagonismos extranjeros, cuanto en la necesidad de justificar el mantenimiento de la autoridad dictatorial en el país.

Ahora bien, este patrón del poder soviético, a saber, la búsqueda de la autoridad ilimitada en el país, alimentando al mismo tiempo el (medio)mito de la implacable hostilidad extranjera, ha evolucionado para dar forma a la maquinaria real del poder soviético tal y como hoy en día lo conocemos. Los órganos internos de la administración que no sirven para este propósito se degradan y, por el contrario, los departamentos útiles a ese fin se inflan desmedidamente. La seguridad del poder soviético pasó a apoyarse en la disciplina férrea del Partido, en la severidad y omnipresencia de la policía secreta, y en el rígido monopolio económico del Estado. Los órganos de represión, mediante los que los líderes soviéticos pretendieron asegurarse frente a las fuerzas rivales, se convirtieron en gran medida en los amos de aquéllos a quienes tenían que servir. Hoy en día la mayor parte de la estructura del poder soviético está comprometida en la perfección de la dictadura y en mantener la idea de una Rusia en estado de sitio, con el enemigo presionando justo al otro lado de los muros. Y los millones de seres humanos que forman parte de esa estructura de poder defienden a toda costa esta idea porque sin ella serían superfluos.

Tal como están las cosas, los gobernantes no pueden ni soñar en prescindir de los órganos represivos. La búsqueda del poder absoluto, acompañada durante casi tres décadas de una crueldad sin precedentes en los tiempos modernos (en su alcance, por lo menos), ha vuelto a producir internamente, como lo hizo al exterior, su propia reacción. Los excesos del aparato policial han avivado la oposición potencial al régimen de forma mucho mayor y más peligrosa de lo que podría haber sido sin tantos excesos.

Pero menos todavía pueden los líderes soviéticos prescindir de la ficción que justifica su poder dictatorial. Esta ficción ha sido canonizado en la filosofía soviética gracias a los excesos cometidos en su nombre, y está anclada en la estructura de pensamiento oficial con cadenas mucho mayores que las de la mera ideología.


lunes, 3 de enero de 2011

Tengo hambre, tengo frío

París de noche; un Dyane 6 (o similar) aparca con un chirrido. Bajan dos chicas, una bajita de melenita morena a medio cuello y rasgos aniñados, otra alta, de pelo corto y rasgos algo más duros. Por un momento se quedan en la calzada desconcertadas ante la gran ciudad. Van caminando y el mismo coche las alcanza junto a un paso de peatones; el conductor se inclina hacia la ventana de la derecha: yo me tengo que ir, dice, tomad mis llaves. Enseguida las dos chicas aparecen en el pasillo de un edificio de viviendas. Se paran frente a una puerta. La llave que les ha dado ese hombre (¿Quién las ha traído hasta París?) abre con dificultad la puerta a una habitación abuhardillada: una ventana de dos hojas hacia un patio interior, una televisión pequeña sobre una banqueta, un sofá con gruesos asientos que parecen de escay con una manta arrugada. Las dos chicas (la alta con una maleta negra entre los brazos) se plantan en el centro.

— ¿Qué hacemos ahora? —pregunta la pequeñita.
— Dormir —contesta la alta, que deja la maleta junto a la pared y se sienta en el sofá.
— Dame un cigarrillo —la morenita, mientras se sienta al lado de su amiga. Ésta saca de una caja de Marlboro, junto con un mechero barato, el último que queda; la otra se lo lleva a los labios; la alta le da fuego y luego guarda el mechero en la caja vacía y ésta en el bolsillo de su abrigo. La pequeña, mientras tanto, ha dado dos caladas breves, espirando el humo casi de inmediato; luego le pasa el cigarro a la alta que, con lo ojos muy abiertos, da idénticas caladas. Se repite el rito alternamente, el pitillo que pasa de una a otra muchacha; y hablan:

— Vamos a dormir —dice la bajita.
— Tengo frío, tengo hambre —salmodia la alta.
— ¿Qué ocurrirá cuando vean que nos hemos ido?
— ¿Cuántos años tienes?
— Dieciocho dentro de tres meses, ¿y tú?
— Dieciocho dentro de tres meses.
— Lo conseguiremos ¬—la melenita.
— Allí era insoportable.
— ¿En Bruselas?
— Sí.
— ¿París es bonito?
— Pronto lo veremos.
— Vamos a dormir — de nuevo insiste la bajita.
— De acuerdo — contesta la alta y se echa hacia atrás hasta tenderse. Su amiga se arrebuja a su lado, todavía con el cigarro encendido en la mano, mientras la otra apaga la luz. Antes de dormirse, ya a oscuras, una dice “tengo frío” y la otra “tengo hambre”.

Ha amanecido, luminosidad brillante en la ventana, y las dos chicas se alzan a la vez.
— Tengo hambre —dice la bajita.
— Yo también —corrobora la alta. — ¿Tienes algo de dinero?
— Treinta y cinco francos con cincuenta—cuenta la morenita tras ponerse de pie y haber rebuscado en todos los bolsillos. — ¿Y tú?
— Setenta y dos.
— Vamos a comer — y la bajita va caminando directamente hacia la puerta del apartamento, pero la detiene la más alta
— Primero tenemos que maquillarnos para parecer mayores.
— Sí —dice la melenita y saca sobre la marcha un lápiz de ojos y ahí mismo empieza a pintarse; luego se lo pasa a la amiga que hace lo mismo.
— Me quiero enamorar.
— Yo también. — coincide la alta. —Vámonos. Y salen del apartamento.

Las dos se asoman ansiosas a la barra de un bar. Dos refrescos, dos panes, dos cafés con leche, piden, y se sientan a una pequeña mesa de mármol. Enseguida un camarero les sirve y ellas devoran sin pausa, tanto que casi nada más irse el camarero ya han acabado. Todavía tengo hambre, dice la bajita y la otra confirma. De vuelta a la barra: lo mismo, por favor. Y se repite la escena del camarero sirviéndoles y ellas devorando, aunque esta vez la alta parece ya saciarse, pues no se acaba su trozo de pan, sino que se levanta, va hasta la ventanilla de la estanquera que está en el bar y le compra una cajetilla de Marlboro. Luego, con el cigarrillo encendido, vuelve hacia la mesa y se apoya en el respaldo, por detrás de la de melenita morena. Ambas ven pasar a un chico: es guapo, dice la alta, así, así, opina la bajita, mientras coge el cigarro que le otra le pasa. Vayámonos sin pagar, propone la alta; me da miedo, contesta la morenita; entonces, sal tú la primera. Y la bajita, sin volverse, le devuelve el cigarrillo, se levanta, camina rápida hacia la puerta de salida, la abre y sale a la calle. La otra la sigue más lentamente, con el abrigo colgando a la espalda, como si paseara; pero en cuanto abre la puerta, echa a correr hasta reunirse con su amiga, parada frente a un escaparate de una tienda de alimentos.

— Venga vámonos.
— ¿Y ahora? ¿Buscamos un trabajo?
— Nada de trabajos — contesta la alta. Y se van y caminan, caminan, caminan; recorren París sin descanso, han pasado ya varias horas.
— Tengo hambre — dice la de la melenita y tira de un brazo de su amiga hasta una vitrina. — Un bocadillo grande. Y le dan una baguette que empieza a comer ante la mirada sonriente de su amiga.
— Vámonos. Y siguen caminando, caminando, caminando; recorriendo París sin descanso. Ya ha anochecido.
— No nos enamoraremos así — dice la alta.
— ¿Cómo entonces?
— Tenemos que esperar.
— Esperemos, pues.
— ¿Has estado enamorada?
— Un poco — contesta la bajita. Y en eso aparecen dos chicos que se les ponen detrás. Ellas, sin mediar palabra, se dan la vuelta y cada una le da una bofetada al que tiene más a mano.
— Gran comienzo— dice la alta, mientras coge del brazo a su amiga y cruza con ella la calle, alejándose de los sorprendidos muchachos.
— Tengo frío — se queja la morenita un rato después (siguen caminando por las desiertas y oscuras calles parisinas).
— No importa — contesta la alta.
— Tengo hambre — vuelve a protestar la pequeña.
— No importa.
— Dame un cigarrillo.
— Toma —la alta se lo da, se lo enciende, y siguen caminando.
— ¿Cuándo estuviste enamorada?
— El año pasado.
— ¿Acabó?
— Sí, me besaba y me mordía. ¿Y el tuyo?
— El mío me dejó
— ¿Por qué?
— Por otra chica.
— ¿Cómo te besaba?
— Hacía que mi corazón se desbocara.
— Muéstrame cómo te besaba — le dice la alta a la bajita, y ésta la sujeta por los brazos, la apoya contra el capó de un coche y se pega su boca a la de la otra, para acabar con un el ruido chasqueante de un beso mal dado.
— Ha hecho que mi corazón se desbocara — dice la alta con un suspiro.
— Ahora muéstrame tú cómo te mordía el tuyo. — Y entonces la alta, también sujetándola de los brazos, la empuja contra la pared e inclina la cabeza sobre su cuello, hasta que la morenita lanza un ay de queja dolorosa.
— Ya veo por qué acabó — dice, y añade: — Tengo hambre.
— Vamos — contesta la alta y vuelven a ponerse a caminar.



— ¿Tienes algo de dinero?
— Nada.
— Ahora la vida comienza.
— ¿Cómo?
— Encontraremos un trabajo.
— ¿Dónde?
— No lo sé — dice la alta mientras doblan una esquina.
— ¿Qué es lo que sabes hacer? — Al oir la pregunta, la alta, que camina por delante, se detiene y se da la vuelta para mirar a su amiga:
— Coser, escribir, contar, leer y cantar.
— Yo también hago todo eso, pero sólo me gusta cantar.
— Yo canto alto y desafinado.
— Yo canto alto y afinada.
— En ese caso cantaremos — afirma la alta. Y vuelven a ponerse en marcha. — Cantaremos.
— Pero, ¿dónde?
— No lo sé — contesta la alta — ¿Aquí, por ejemplo?
— ¿Aquí? ¿Para nadie? — La calle está vacía.
— ¿No crees que vengan?
— Tengo hambre — insiste con tristeza la bajita.
— Vamos.

Se paran ante las puertas acristaladas de un restaurante. No podemos cantar aquí, dice una, no, aquí no, confirma la otra, en cualquier otro lugar. Siguen andando y llegan a otras puertas acristaladas de otro restaurante. ¿Aquí? Pregunta la bajita. No, aquí no, en cualquier otro sitio. Cruzan un paso de cebra y se topan con un puesto de comidas; la bajita se queda mirando y la alta la empuja, para alejarla; luego otro puesto, la chica está muerta de hambre, un anuncio de pizzas, otra vitrina con comida para llevar ... Por fin llegan a un tercer restaurante. La alta abre la puerta, le sigue su amiga. En cuanto están dentro empiezan a tararear y caminan hasta el centro del comedor, de espaldas a los comensales. No llevan ni un minuto cantando cuando se les acerca un camarero: ya es suficiente, señoritas, por favor ... Y forcejea tirando de ellas hacia la salida, pero las chicas se resisten y siguen con su tarareo. En eso se levanta un tipo de una de las mesas y detiene al camarero: déjelas, nosotros las invitamos a cenar. Las hace sentarse a la mesa en la que estaba con un amigo y les ofrece la carta: escoged lo que queráis. Los ojos de las chicas brillan de felicidad mientras repasan el menú.

Han terminado de cenar. Salen los cuatro del restaurante. Uno de los dos tipos se despide de todos los restantes y se va. Las dos chicas se quedan con el que las había invitado. ¿Venís? Les pregunta él. Sí, contesta la alta. Y enseguida están los tres entrando en un apartamento pequeño y algo desordenado. Las dos chicas, sincronizadas, se sientan en el sofá y se quitan los abrigos. El hombre se sienta enfrente de ellas y les dice que pueden dormir en la cama que está al fondo y que él lo hará en el sofá. Inmediatamente, sin una palabra, las muchachas se dirigen a la cama y, calzadas y vestidas, se acuestan juntas y se cubren con la manta. El hombre se levanta, apaga la luz, y se arrebuja en el sofá. Pasa un rato, todos están en silencio pero despiertos; las dos chicas, boca arriba, y con los ojos muy abiertos. La bajita se levanta y va a la cocina. El hombre habla: me gustaría estar junto a ti. Pues ven, le contesta la alta desde la cama. Se oye crujir el sofá y el hombre se acuesta en el hueco que ha dejado la pequeña, de costado mirando a la chica, a la que pasa un brazo por encima; ella ni se inmuta. Quisiera besarte, le dice. Pues bésame, contesta ella. Y le gira la cabeza hacia él y la besa, mientras le acaricia el pelo. Quisiera amarte, añade él. Entonces, ámame.

Mientras la bajita está en la cocina. Rompe dos huevos en una sartén que ha puesto al fuego y los bate. En un ratito apaga el fuego y derrama una sustancia gelatinosa, casi líquida, en un plato. Se sienta en una silla y empieza a comer a rápidas cucharadas. Entonces se oye un grito de dolor de la otra chica desde el dormitorio. ¿Era tu primera vez? Le pregunta el hombre. Sí, contesta ella, así que ya está hecho. Y se levanta para ponerse al lado de la bajita que ha vuelto. Venga, nos vamos, le dice. Y en plena noche salen del apartamento y vuelven a ponerse a caminar por las calles oscuras y desiertas de París.

domingo, 25 de octubre de 2009

Propuestas de paz del Papa Benedicto XV (agosto de 1917)

¡A los dirigentes de las naciones en guerra! Desde el principio de nuestro pontificado, entre los horrores que esta espantosa guerra ha traído a Europa, hemos mantenido los siguientes tres propósitos: mantener la más completa imparcialidad hacia todas las partes involucradas, como obliga el Padre universal que ama a todos sus hijos por igual; en segundo lugar, dedicar todos nuestros esfuerzos a hacer todo el bien que pudiéramos, sin distinción de personas ni naciones ni creencias, de acuerdo al mandamiento general del amor y en consideración a la misión espiritual que nos es propia y nos ha sido confiada por Cristo; finalmente, como nuestra misión de paz también requiere, no renunciar a nada que pueda contribuir a acercar el fin de este desastre y para este fin hemos instado a las naciones y a sus líderes que alcancen resoluciones y hagan declaraciones que puedan conducirnos a una paz definitiva y justa. No todo los que hemos hecho con este noble propósito es conocido por el mundo. Pero quienquiera que haya seguido atentamente nuestro proceder durante estos tres últimos trágicos años podrá fácilmente apreciar que hemos permanecido firmemente en nuestra decisión de conservar una absoluta imparcialidad y en nuestros esfuerzos de procurar ayuda, y que hemos implorado repetidamente a las naciones y a sus dirigentes que vuelvan a ser amigos y hermanos. Hacia el final del primer año de la guerra dirigimos las más urgentes advertencias a los pueblos combatientes y a sus líderes y señalamos el camino hacia una paz honorable para todos. Desgraciadamente nuestros llamamientos resonaron pero no fueron escuchados, y durante dos años más la guerra ha devastado penosamente con todos sus horrores en una creciente escala de crueldad, y se ha extendido desde la tierra al mar e incluso al aire. Ha llevado destrucción y muerte a poblaciones indefensas, a aldeas pacíficas y a sus inocentes habitantes. No cabe imaginar cuánto los sufrimientos vividos podrían multiplicarse e intensificarse si estos tres sangrientos años fueran seguidos por más meses o quizás años. ¿Acaso el mundo civilizado ha de convertirse en un amontonamiento de cadáveres? ¿Debe Europa, tan rica en logros y glorias, precipitarse en el abismo y suicidarse, como si hubiera sido presa de una locura universal?

En esta horrible situación y ante la amenaza de gravísimos peligros, debemos una vez más emitir nuestro grito por la paz y renovar nuestro urgente llamamiento a todos a quienes se les ha encomendado el destino de las naciones. No tenemos ningún tipo de motivación política, y las ambiciones y esfuerzos de los países implicados en la guerra no tienen ninguna influencia sobre Nos. Estamos inspirados exclusivamente por la conciencia del más alto deber impuesto por el Padre común de todos los creyentes, por las urgentes plegarias de nuestros hijos que nos imploran que mediemos por la causa de la paz, y finalmente por la voz de la humanidad y de la razón. En este momento no deseamos limitarnos a hacer un llamamiento general como hasta ahora nos han dictado las circunstancias; queremos proceder a hacer propuestas definitivas y viables. Invitamos a los gobernantes de las naciones en guerra a llegar a un acuerdo bajo los siguientes principios, los cuales nos parecen asegurar las bases para una paz justa y duradera. Dejamos a esos gobernantes la tarea de restringirlos o ampliarlos.

Lo primero y más importante es aceptar como punto de partida que el poder moral de la justicia debe reemplazar al poder material de la fuerza. Desde ahí debemos acordar la reducción de los armamentos que debe ser simultánea y proporcionada. Las reglas y garantías que se establezcan en esta materia deben ser, como es normal, acordes con los requerimientos para mantener el orden público en cada Estado. A continuación, una Corte de Arbitraje debe tomar el lugar de las armas. Debe llevar a cabo su misión de mantener la paz de acuerdo con los principios acordados y emplear su fuerza contra cualquier Estado que rechace someter sus conflictos internacionales ente ella o se niegue a aceptar sus decretos. Una vez que la supremacía de la Ley haya sido establecida, todas las restricciones a la comunicación entre naciones deberán cesar, y la verdadera libertad de los mares, que nos pertenecen a todos, será asegurada mediante las medidas adecuadas para suprimir muchas de las causas de conflicto así como para abrir nuevas fuentes de bienestar y progreso.

En cuanto a la cuestión de las compensaciones e indemnizaciones, no vemos otra forma de solucionarla que un acuerdo de principios entre todas las partes renunciando a ellas. La justificación de tal acuerdo se encuentra en los enormes beneficios que supondrán la reducción de armamentos, y también en el hecho de que la prolongación de esta matanza masiva sólo por razones pecuniarias parecería incomprensible. Si hubiera razones en contra o reclamaciones en casos particulares deben ser consideradas de acuerdo a la justicia y equidad.

Un acuerdo de paz, con las incalculables bendiciones que traería, es obviamente imposible sin la mutua restauración de las áreas ahora ocupadas. Así, Bélgica debe ser completamente evacuada por Alemania y debe dársele seguridad de independencia política, militar y económica respecto a cualquier potencia. De la misma forma, el territorio francés debe ser evacuado y las colonias alemanas devueltas por la otras potencias en guerra.

Respecto a las cuestiones territoriales en disputa, por ejemplo entre Italia y Austria o entre Alemania y Francia, tenemos la esperanza de que en consideración a los incalculables beneficios de la paz garantizada por el desarme, las partes en conflicto puedan examinar sus peticiones con un espíritu conciliador mientras, como hemos dicho en otro lugar, las aspiraciones de los pueblos puedan ser juzgadas desde la perspectiva de lo justo y posible, de forma que los intereses particulares sean puestos en armonía con el bienestar general de la gran familia humana.

El mencionado espíritu de equidad y justicia debe prevalecer al considerar otras cuestiones territoriales y políticas, especialmente las referentes a Armenia, los estados balcánicos y aquellos países que una vez formaron el reino de Polonia, las cuales han merecido la simpatía de todas las naciones no sólo por sus nobles tradiciones históricas sino también por sus sufrimientos en la actual guerra.

Tal es lo fundamental de los principios sobre los cuales creemos que debe resucitarse la liga de naciones. Son de una naturaleza que haría imposible que se repitieran guerras similares y asegurarían una solución adecuada a la cuestión económica, la cual tiene fundamentales consecuencias sobre el futuro bienestar de los países en guerra. Presentándolos ante vosotros -vosotros que en esta crucial hora dirigís los destinos de las naciones en guerra- nos inspira la dulce esperanza de que encontrarán vuestro asentimiento, de forma que llegue un rápido fin a este aterrador conflicto que parece cada vez más no ser otra cosa que una masacre sin sentido. En cuanto al resto, el mundo entero reconoce que el honor de las armas ha sido mantenido en ambos lados. Escuchad nuestra plegaria, atended el llamamiento paternal que os hacemos en nombre del Redentor celestial, el Príncipe de la Paz. De vuestra decisión depende la paz y la alegría de innumerables familias, las vidas de miles de hombres jóvenes; en una palabra, la felicidad de las naciones, lo que deja claro cuál es vuestro más urgente y alto deber. Que Dios guíe vuestras decisiones para cumplir su sagrada voluntad. Dios os conceda que con el entusiasmado apoyo de vuestros contemporáneos, las generaciones venideras os den gloriosas alabanzas por haber devuelto la paz al mundo.

Unido en oración y penitencia con todas las almas piadosas que están anhelando la paz, ruego al Espíritu Santo que os traiga la iluminación y la sabiduría.

Dado en El Vaticano, a 1 de Agosto de 1917.

Traducido del libro consultado en Google books "The General Staff and Its Problems" escrito por Erich Ludendorff y publicado en 1920.