sábado, 3 de septiembre de 2011

El telegrama largo

861.00 / 2 - 2246: Telegrama
Consejero de la Embajada en la Unión Soviética (Kennan) a la Secretaría de Estado
SECRETO
Moscú, 22 de febrero de 1946 - 21:00


La respuesta al 284 del Departamento, febrero 3, 11, involucra cuestiones tan intrincadas, delicadas y extrañas a nuestra forma de pensar, y tan importantes para el análisis de nuestro entorno internacional, que no puedo sintetizar la respuesta en un solo breve mensaje sin alertar sobre lo que, en mi opinión, podría ser una peligrosa simplificación. Espero, por lo tanto, que el Departamento coincida conmigo si remito estas cinco partes en respuesta a la pregunta, referidas a los siguientes asuntos:

(1) Las características básicas de la perspectiva soviética de la post-guerra.
(2) El porqué este punto de vista
(3) Su proyección en la política práctica a nivel oficial.
(4) Su proyección en el nivel no oficial.
(5) Conclusiones prácticas desde la perspectiva de la política de los Estados Unidos.

Pido disculpas de antemano por esta sobrecarga del canal telegráfico; pero las preguntas involucradas son de importancia tan urgente, particularmente a la vista de los recientes acontecimientos, que nuestras respuestas a ellas, si alguna atención merecen, me parece que la merecen inmediatamente.


Parte 1: Características básicas del punto de vista soviético de la posguerra, según la maquinaria de propaganda oficial

Son los siguientes:

(a) La Unión Soviética sigue acosada por un "cerco capitalista" antagónico con el que a la larga no puede haber coexistencia pacífica. Como dijo Stalin en 1927 a una delegación de los trabajadores estadounidenses: "En el desarrollo de la revolución internacional surgirán dos focos de importancia mundial: uno socialista, que atraerá a los países que tienden al socialismo, y otro capitalista, que atraerá a los países que se inclinan por el capitalismo. La batalla entre estos dos centros mando de la economía mundial decidirá el destino del capitalismo y del comunismo en el mundo entero".

(b) El mundo capitalista es acosado por conflictos internos inherentes a su propia naturaleza. Estos conflictos son insolubles mediante negociación pacífica. El mayor de ellos es entre Inglaterra y los Estados Unidos.

(c) Los conflictos internos del capitalismo inevitablemente generan guerras. Éstas pueden ser de dos tipos: guerras intra-capitalista (entre dos estados capitalistas) y guerras de intervención contra el mundo socialista. Los capitalistas inteligentes, intentando en vano eludir los conflictos internos, se inclinan hacia estas últimas.

(d) La intervención contra la URSS, aunque sería desastrosa para quienes la acometieran, podría retrasar el progreso del socialismo soviético y por tanto debe ser prevenida a toda costa.

(e) Los conflictos entre los estados capitalistas, aunque también suponen riesgos para la URSS, ofrecen sin embargo grandes posibilidades para el avance de la causa socialista, especialmente si la URSS sigue siendo militarmente poderosa e ideológicamente con fidelidad monolítica a su brillante liderazgo actual.

(f) Se debe tener en cuenta que no todo en el mundo capitalista es malo. Además de los elementos reaccionarios y burgueses incurables también incluye (1) elementos totalmente iluminados y positivos unidos en partidos comunistas aceptables (2) otros elementos (descritos por razones tácticas como progresistas o democrátas), cuyas reacciones, aspiraciones y actividades resultan ser "objetivamente" favorables a los intereses de la URSS. Estos últimos deben ser alentados y utilizados para los fines soviéticos.

(g) Entre los elementos negativos de la sociedad burguesa-capitalista, los más peligrosos son los que Lenin llamó falsos amigos del pueblo, es decir, los socialistas moderados o los líderes social-demócratas (en otras palabras, la izquierda no comunista). Los líderes de la izquierda moderada son más peligrosas que los reaccionarios consumados, que al menos marchan bajo sus verdaderos colores, porque confunden a la gente empleando dispositivos de socialismo en interés del capital reaccionario.

Esto en cuanto a las premisas. ¿A qué conclusiones llevan desde la perspectiva de la política soviética? A las siguientes:

(a) Todo lo que se haga debe ir encaminado a reforzar el poder relativo de la URSS en la sociedad internacional. A la inversa, no se debe desperdiciar ninguna oportunidad de reducir la fuerza y la influencia, tanto colectiva como individualmente, de las potencias capitalistas.

(b) Los esfuerzos soviéticos, y de los amigos de Rusia en el extranjero, debe orientarse hacia la profundización y explotación de las diferencias y conflictos entre las potencias capitalistas. Si éstas finalmente acaban en una "guerra imperialista", la misma debe transformarse en movimientos revolucionarios en los distintos países capitalistas.

(c) Los elementos "democráticos y progresistas" en el extranjero deben utilizarse al máximo para ejercer presión sobre los gobiernos capitalistas en asuntos convenientes a los intereses soviéticos.

(d) Debe librarse una lucha implacable contra de los líderes socialistas y socialdemócratas en el extranjero.


Parte 2: El porqué este punto de vista

Antes de examinar las ramificaciones en la práctica de este enfoque del Partido, hay ciertos aspectos del mismo sobre los que desearía llamar la atención.

En primer lugar, no representa el punto de vista espontáneo del pueblo ruso. Los rusos son en general amigables con el mundo exterior, deseosos por ampliar sus experiencias, por medir los talentos que son conscientes de poseer, y sobre todo ansiosos por vivir en paz y disfrutar de los frutos de su propio trabajo. La línea oficial del partido sólo son tesis que la maquinaria de propaganda oficial presenta con gran habilidad y persistencia a un público que a menudo se resiste a aceptarlas en sus pensamientos más íntimos. Pero las tesis del Partido son vinculante sobre los puntos de vista y conductas de las personas que conforman el aparato del poder –del partido, de la policía secreta y del gobierno– y es con ellos con quienes tenemos que tratar.

En segundo lugar, téngase en cuenta que las premisas en que se basa esta doctrina del partido son en su mayor parte simplemente falsas. La experiencia ha demostrado que la coexistencia pacífica y mutuamente beneficiosa entre estados capitalistas y socialistas, es totalmente posible. Los conflictos internos en los países desarrollados ya no son principalmente los derivados de la propiedad capitalista de los medios de producción, sino los que resultan del urbanismo y la industrialización avanzada, del mismo modo que lo que Rusia ha sido hasta el momento no se puede achacar al socialismo, sino sólo a su propio atraso. Las rivalidades internas del capitalismo no siempre generan guerras, y no todas las guerras son atribuibles a esta causa. Hablar de la posibilidad de una intervención contra la URSS hoy en día, después de la eliminación de Alemania y Japón y del ejemplo de la reciente guerra, es un completo sin sentido. Si no es provocado por fuerzas de la intolerancia y la subversión, el mundo "capitalista" actual es capaz de vivir en paz consigo mismo y con Rusia. Finalmente, ninguna persona decente tiene razones para dudar de la sinceridad de los líderes socialistas moderados de los países occidentales. Tampoco es justo negar el éxito de sus esfuerzos para mejorar las condiciones de la población activa cada vez que, como en Escandinavia, han tenido la oportunidad de demostrar lo que eran capaces de hacer.

La falsedad de esas premisas, todas anteriores a la reciente guerra, queda ampliamente demostrada en relación a las diferencias anglo-estadounidense, que no resultan ser las mayores entre las que existen en el mundo occidental. Los países capitalistas, ajenos a los del Eje, no mostraron ninguna disposición a resolver sus diferencias uniéndose en una cruzada contra la URSS. La propia URSS, en vez de convertir la guerra imperialista en guerras civiles y revolución, se vio obligada a luchar codo a codo con las potencias capitalistas hacia un interés común.

Sin embargo, pese a que todas estas tesis carecen de fundamento y están ampliamente refutadas, se siguen presentando con todo el descaro. ¿Qué indica eso? Que la línea del partido soviético no se basa en un análisis objetivo de la situación más allá de las fronteras de Rusia; que, en efecto, tiene poco que ver con las condiciones fuera de Rusia, sino que deriva principalmente del centro de las necesidades rusas, que existían antes de la guerra y siguen existiendo en la actualidad.

En el fondo de esta neurótica visión del Kremlin de los asuntos mundiales subyace el tradicional e instintivo sentimiento ruso de inseguridad. En su origen era la inseguridad de un pacífico pueblo agrícola que trataba de vivir en la vasta llanura expuesta en vecindad con feroces nómadas. A esto se añadió, cuando Rusia entró en contacto con un Occidente más avanzado económicamente, el temor al más competente, al más poderoso, a unas sociedades más organizadas. Pero esta última inseguridad afectó más a los gobernantes que al pueblo ruso; los dirigentes rusos siempre han sentido que sus formas de gobierno eran relativamente arcaicas, sustentadas en bases psicológicas frágiles y artificiales, en comparación con los sistemas políticos occidentales. Por eso siempre han recelado de la penetración extranjera, temían el contacto directo con el mundo occidental, preocupados por lo que pasaría si los rusos conocieran la verdad sobre el mundo exterior o los extranjeros sobre el interior. De tal modo se han habituado a buscar la seguridad sólo en una paciente lucha a muerte dirigida a la destrucción total de las potencias rivales, nunca en los pactos o compromisos.

No fue coincidencia que el marxismo, que desde medio siglo antes se difundía infructuosamente en Europa occidental, fuera en Rusia donde por primera vez ardiera. Sólo en esta tierra, que nunca había tenido vecinos amistosos o equilibrio tolerante entre poderes independientes, ya sea interno o internacional, podía desarrollarse una doctrina para la que los conflictos económicos de la sociedad son insolubles por medios pacíficos. Después del establecimiento del régimen bolchevique, el dogma marxista, vuelto aún más truculento e intolerante por la interpretación de Lenin, se convirtió en un vehículo perfecto para la sensación de inseguridad de los bolcheviques, mayor incluso que la de los anteriores gobernantes de Rusia. En este dogma, con su básica finalidad altruista, encontraron la justificación de su miedo instintivo al mundo exterior, de la dictadura sin la cual no saben gobernar, de crueldades que se atrevieron a infligir, de los sacrificios que se sintieron obligados a exigir. En nombre del marxismo sacrificaron toda consideración ética individual en sus métodos y tácticas. Hoy ya no pueden prescindir del marxismo: es la hoja de parra de su respetabilidad intelectual y moral. Sin él, se presentarían ante la historia, en el mejor de los casos, como el último de una larga sucesión de gobernantes rusos cruel y derrochadora, que han forzado al país a llegar a nuevos y más altos niveles de poderío militar a fin de garantizar la seguridad externa de sus débiles regímenes internos. Así se explica por qué los propósitos soviéticos siempre han de vestirse con lo solemnes atavíos del marxismo, y por qué no se debe subestimar la importancia del dogma en los asuntos soviéticos. Los líderes soviéticos son impelidos por las necesidades de su pasado y del presente a presentar el mundo exterior como el mal, hostil y amenazante, en el que se desarrollan los gérmenes de una enfermedad progresiva, y destinado a sufrir atormentado las creciente convulsiones internas hasta que el poder del socialismo le dé el golpe de gracia que abra el paso a un mundo nuevo y mejor. Esta tesis proporciona la justificación para todo: para el aumento del poder militar y policial del estado ruso, para el aislamiento de la población rusa del mundo exterior, y para que la constante y fluida presión que busca ampliar los límites del poder de policía de Rusia, propia de los impulsos naturales e instintivos de los gobernantes rusos. Básicamente, esto es sólo parte de la evolución constante del inquieto nacionalismo ruso, un movimiento secular en el que las concepciones de ofensa y defensa están íntimamente confundidas. Pero en el nuevo aspecto del marxismo internacional, con sus promesas de miel a un desesperado y desgarrado por la guerra al mundo exterior, es más peligroso e insidioso que nunca. Pero con su nueva apariencia del marxismo internacional, con sus promesas edulcoradas a un mundo desesperado recién salido de la guerra, es más peligroso e insidioso que nunca.

De lo anterior no se debe deducir que la visión del partido soviético es necesariamente falsa e hipócrita por parte de quienes la sostienen. Muchos ignoran demasiado el mundo exterior a lo que hay que sumar una especie de auto-hipnosis mental que les permite creer, sin ninguna dificultad, lo que les resulta reconfortante y conveniente. Por último es un misterio sin resolver si alguien, en este gran país, recibe información precisa e imparcial sobre el mundo exterior. En la atmósfera de secretismo oriental y de conspiración que impregna este Gobierno, las posibilidades de distorsionar o envenenar las fuentes y las corrientes de información son infinitas. La falta de respeto de los rusos por la verdad objetiva –de hecho, la falta de fe en su misma existencia– los lleva a ver todos los hechos declarados como meros instrumentos para promover uno u otro propósito. Hay buenas razones para sospechar que el actual Gobierno es en realidad una conspiración dentro de una conspiración; por mi parte, me resisto a creer que Stalin reciba información mínimamente objetiva del mundo exterior. Aquí hay un amplio margen para el tipo de intriga sutil en el que los rusos son expertos desde siempre. La incapacidad de los gobiernos extranjeros para exponer sus casos directamente ante los responsables de la política rusa –en la medida en que se ven obligados a llevar sus relaciones con Rusia a través de consejeros oscuros y desconocidos que no pueden influir en aquélla– es, a mi modo de ver, la característica más inquietante de la diplomacia moscovita, y algo que los estadistas occidentales harían bien en tener en cuenta si pretenden entender la naturaleza de las dificultades que aquí se encuentran.


Parte 3: Efectos del punto de vista soviético en la política práctica a nivel oficial

Ya hemos visto la naturaleza y escenario del programa soviético. ¿Qué podemos esperar de su aplicación práctica?

La política soviética, como el Departamento supone en su consulta de referencia, se lleva a cabo en dos planos: (1) el plano oficial representado por las acciones emprendidas oficialmente en nombre del gobierno soviético, y (2) el plano subterráneo de las acciones emprendidas por las agencias respecto de las cuales el Gobierno soviético no admite tener responsabilidad.

La política promulgada en ambos planos se calcula para servir a las estrategias básicas (a) a (d) que se indican en la parte 1. Las medidas adoptadas en los diferentes planos se diferencian considerablemente, pero son congruentes en la finalidad, coordinación temporal y efectos.

En el plano oficial, debemos resaltar lo siguiente:

(a) Las políticas internas dedicadas a incrementar en todas las formas posibles el poder el prestigio del estado soviético: industrialización militar intensiva, máximo desarrollo de las fuerzas armadas, grandes exhibiciones para impresionar a los forasteros, absoluto hermetismo sobre los asuntos internos, al objeto de ocultar debilidades y esconder la oposición.

(b) Siempre que se considere oportuno y prometedor, se harán esfuerzos para ampliar los límites oficiales del poder soviético. Por el momento, estos esfuerzos están restringidos a ciertas áreas vecinas concebidas aquí de inmediata necesidad estratégica, como el norte de Irán, Turquía, posiblemente Bornholm (isla danesa entre Suecia y Polonia). Sin embargo, otras zonas pueden ponerse en cuestión, en cualquier momento, en cuestión, si el poder político soviético se extiende a nuevas áreas. Así, a un "gobierno persa amigo" se le puede pedir que ceda a Rusia un puerto en el Golfo Pérsico. Si España cae bajo el control comunista, podría plantearse una base soviética en el Estrecho de Gibraltar. No obstante, este tipo de reivindicaciones sólo se presentarán en el nivel oficial una vez que se haya culminado su preparación en el plano no oficial.

(c) Los rusos participarán oficialmente en los organismos internacionales que les ofrezcan la oportunidad de extender el poder soviético o de inhibir o diluir el de los demás. Moscú no ve la ONU como el mecanismo para una sociedad mundial permanente y estable fundada en el interés mutuo y los objetivos de todas las naciones, sino un escenario en el cual puede promover los objetivos que acabo de mencionar. Mientras la ONU se considere útil a este propósito, los soviéticos permanecerán en ella; pero si en algún momento llegan a la conclusión de que está sirviendo para dificultar o frustrar sus objetivos de expansión de su poder y ven mejores perspectivas para conseguirlos mediante otras tácticas, no dudarán en abandonarla. Esto requeriría, en todo caso, que se sintieran suficientemente fuertes para dividir la unidad de los países con su retiro, para hacer ineficaz la ONU como amenaza a sus intereses o a su seguridad, reemplazándola con un arma internacional más eficaz desde sus puntos de vista. Por lo tanto la actitud soviética hacia la ONU dependerá en gran medida de la lealtad de las otras naciones a ésta, y del grado de vigor, firmeza y cohesión con la que las restantes naciones defiendan que los conceptos de paz y esperanza de la vida internacional de nuestro modo de pensar están representados en esta organización. Reitero: Moscú no tiene ninguna devoción a los ideales abstractos ONU; su actitud frente a la organización seguirá siendo esencialmente pragmática y táctica.

(d) En relación a las áreas coloniales y los pueblos atrasados o dependientes, la política soviética, incluso en el plano oficial, se dirigirá hacia el debilitamiento del poder, influencia y contactos de los países occidentales desarrollados, en la idea de que, en la medida en que esta política tenga éxito, se creará un vacío que favorezca la penetración comunista-soviético. La presión soviética para participar en los acuerdos de fideicomiso responde, en mi opinión, al deseo de estar en condiciones de complicar e inhibir el ejercicio de cualquier influencia occidental en estos territorios así como conseguirse mayores canales para ejercer el poder soviético. No falta el motivo final, pero para ello los soviéticos prefieren confiar medios distintos de los acuerdos de administración fiduciaria oficial. Así, debemos esperar que los soviéticos soliciten la admisión en cualquier lugar que se someta a tutela o arreglos similares y que uso las palancas que adquiera para debilitar la influencia occidental entre estos pueblos.

(e) Los rusos se esforzarán enérgicamente para desarrollar la representación soviética y los lazos oficiales con países en los que crean que hay más posibilidades de una fuerte oposición a los centros de poder occidentales. Esto se aplica áreas tan distantes entre sí como Alemania, Argentina, países de Oriente Medio, etc.

(f) En las cuestiones económicas internacionales, la política soviética estará dirigida hacia la consecución de la autarquía de la Unión Soviética y de las áreas adyacentes bajo su control. Ésta, sin embargo, será una política subyacente, dado que la línea oficial no está todavía del todo clara. El gobierno soviético ha manifestado extrañas reticencias en relación al comercio exterior desde el fin de las hostilidades. Si en breve se generan a gran escala créditos a largo plazo, creo que el gobierno soviético podría de nuevo pronunciarse, como ya lo hizo en 1930, a favor de la conveniencia general de los intercambios económicos internacionales. Si no es así, considero muy probable que el comercio exterior soviético se restrinja a su propia esfera de seguridad, incluyendo las áreas ocupadas de Alemania, dando oficialmente la espalda al principio general de colaboración económica entre naciones.

(g) En lo que respecta a la colaboración cultural, las declaraciones oficiales defienden la conveniencia de fomentar los contactos culturales entre los pueblos, pero en la práctica no debe interpretarse de ninguna manera que a través de éstos pudiera debilitarse la seguridad soviética. Las muestras reales de la política soviética en este sentido se limitan a áridas y controladas visitas oficiales guiadas y actos, con exceso de vodka y discursos, pero de escasos efectos permanentes.

(h) Más allá de esto, las relaciones soviético oficiales se llevarán en forma que puede llamarse "correcta" cada uno de los gobiernos extranjeros, con gran énfasis en el prestigio de la Unión Soviética y de sus representantes y una atención escrupulosa al protocolo, muy distinto de los buenos modales.


Parte 4: Lo que puede decirse en cuanto a lo que podemos esperar de la aplicación de las políticas básicas soviéticas en el plano no oficial o subterráneo (actuaciones de las que el Gobierno soviético no se hace responsable)

Las agencias utilizadas para la difusión de las políticas en este plano son los siguientes:

1. Núcleo interno central de los partidos comunistas en otros países. Si bien muchas de las personas que componen esta categoría también pueden aparecer y actuar en las cargos públicos no relacionados, en realidad trabajan en estrecha colaboración como un directorio operativo subterráneo del comunismo mundial, un Komintern oculto bien coordinados y dirigidos por Moscú. Es importante recordar que este núcleo interno está propiciando políticas ocultas, al margen de la legalidad de los partidos asociados.

2. Bases de los partidos comunistas. Debe distinguirse entre éstos y las personas definidas en el apartado 1. Esta distinción se ha convertido en mucho más importante en los últimos años. Mientras que los partidos comunistas extranjeros que antes representaban una curiosa (y desde el punto de vista de Moscú, a menudo incómoda) mezcla de conspiración y de actividad legítima, ahora el elemento conspirativo se concentra netamente en el círculo interno ordenado en el plano subterráneo, mientras que los militantes de base –a quienes ni siquiera se informa sobre las realidades del movimiento- son aprovechados como partisanos de buena fe impulsores de ciertas tendencias políticas en sus propios países, completamente ignorantes de las conexiones conspiratorias con estados extranjeros. Sólo en algunos países donde son numéricamente fuertes, los comunistas aparecen regularmente actuando como un todo. Por regla general, los militantes son utilizados para penetrar e influir o dominar, según sea el caso, en otras organizaciones menos sospechosas de ser instrumentos del gobierno soviético; la finalidad es lograr sus propósitos a través de otras organizaciones, en lugar de mediante la acción directa como partido político independiente.

3. Una amplia variedad de asociaciones u organismos nacionales que pueden ser dominados o influidos por la penetración comunista. Entre éstos se incluyen sindicatos, ligas juveniles, organizaciones de mujeres, sociedades raciales, sociedades religiosas, organizaciones sociales, grupos culturales, revistas liberales, editoriales, etc.

4. Las organizaciones internacionales en las que pueden igualmente penetrar a través de la influencia sobre sus diversos componentes nacionales. Las relativas al trabajo y a la mujer y la juventud ocupan lugares preferntes. De particular importancia, casi vital, es a este respecto el movimiento obrero internacional. En tal sentido, Moscú considera la posibilidad de apartar a los gobiernos occidentales de los asuntos mundiales mediante la creación de un lobby internacional capaz de obligarles a adoptar medidas favorables a los intereses soviéticos en varios países y paralizar las acciones contrarias a la URSS.

5. La Iglesia Ortodoxa Rusa, con sus sucursales en el exterior, y a través de ella la Iglesia Ortodoxa Oriental en general.

6. El movimiento paneslavo y otros análogos (Azerbaiyán, Armenia, turcomanos, etc) sobre la base de los grupos raciales que hay en la Unión Soviética.

7. Gobiernos o grupos gobernantes dispuestos a prestarse a los fines soviéticos en un grado u otro, como los actuales de Bulgaria y Yugoslavia, el régimen régimen del Norte de Persia, los comunistas chinos, etc. Estos regímenes pueden poner a disposición de la URSS no solo sus maquinarias de propaganda sino también políticas reales.

Es de esperar que los componentes de este extenso aparato se utilizarán de acuerdo con sus aptitudes individuales, como sigue:

(a) Socavando las políticas y estrategias generales de las grandes potencias occidentales. En esos países intentarán minar la autoconfianza nacional, frustrar las medidas de la defensa nacional, agudizar el malestar social e industrial, estimular cualquier forma de desunión. Actuarán entre los colectivos con quejas, sean económicas o raciales, instalándoles a que reclamen sus reivindicaciones, pero no mediante la mediación y el compromiso sino a través de revueltas violentas y desafiantes que destruyan otros elementos de la sociedad. A los pobres se les enfrentará contra los ricos, a los negros en contra de los blancos, a los jóvenes en contra de los viejos, a los recién llegados en contra de los residentes establecidos, etc.

(b) En este nivel subterráneos, los esfuerzos para debilitar el poder e influencia de las potencias occidentales en los países coloniales o dependientes serán particularmente violentos, sin restricciones. Los errores y las debilidades de la administración colonial se expondrán despiadadamente para ser explotados en su provecho. Se movilizará la opinión liberal de los países occidentales a fin de debilitar el apoyo a las políticas coloniales. Se estimulará el resentimiento entre los pueblos dependientes, apoyándoles en la búsqueda de la independencia, si bien, cuando la logren, la maquinaria política soviética estará preparará para tomar el poder a través de sus títeres locales.

(c) Donde los gobiernos contrarresten la presión de los objetivos soviéticos se intentará que caigan. Esto puede ocurrir cuando los gobiernos se oponen directamente a las metas de la política exterior soviética (Turquía, Irán), cuando sellan sus territorios de la penetración comunista (Suiza, Portugal), o cuando compiten con demasiada fuerza, como el gobierno laborista en Inglaterra, por la autoridad moral entre elementos cuyo dominio es importante para los comunistas. (A veces, dos de estos elementos están presentes en un solo caso; entonces, la oposición comunista se hace particularmente intensa y violenta).

(d) En los países comunistas extranjeros, por regla general, el trabajo se enfocará hacia la destrucción de todas las formas de independencia personal, económica, política o moral. Su sistema sólo puede manejar personas en completa dependencia de un poder superior. Por lo tanto, las personas que son económicamente independientes –como los empresarios individuales, propietarios de tierras, prósperos agricultores, artesanos y todos aquellos que ejercen autoridad local o gozan de prestigio local, como un clérigo local popular o figuras políticas– son anatema. No es por casualidad que, incluso en la URSS, las autoridades locales se mantienen en constante cambio de un destino a otro, para evitar su arraigo.

(e) Se hará todo lo posible para enfrentar entre sí a las principales potencias occidentales. Entre los norteamericanos se propiciarán discursos antibritánicos y a la inversa. A los continentales, incluidos los alemanes, se les enseñará a aborrecer a ambas potencias anglosajonas. Donde haya susceptibilidades, se avivarán; donde no, se encenderán. No se escatimarán esfuerzos para desacreditar y combatir todas las actividades que fomenten cualquier forma de unidad o cohesión entre otros países, de la que Rusia podría ser excluida. Por lo tanto, es de esperar que todas las formas de organización internacional impermeables a la penetración y control comunista, ya sea la iglesia católica internacional, las relativas a asuntos económicas, o la fraternidad internacional de la realeza y la aristocracia, se encuentran bajo el fuego cruzado de muchas actividades de este plano subterráneo.

(f) En general, todos los esfuerzos soviéticos en el plano internacional no oficial serán negativos y destructivos, concebidos para destruir las fuentes de las fuerzas fuera del alcance del control soviético. Es una consecuencia obligada del instinto básico soviético que se niega a cualquier compromiso con el poder rival, de modo que el trabajo constructivo sólo puede iniciarse bajo el poder comunista. Pero detrás de todo esto habrá una presión insistente e incesante para penetrar y dominar las posiciones clave en la administración y, sobre todo, en los aparatos policiales de países extranjeros. El régimen soviético es un régimen policial por excelencia, criado en el mundo de intriga policial zarista, acostumbrado a pensar sobre todo en términos de poder policial. Esto nunca debe olvidarse al discutir los motivos soviéticos.


Parte 5: Conclusiones prácticas desde la perspectiva de la política de los Estados Unidos

En resumen, tenemos aquí una fuerza política fanáticamente comprometida con la creencia de que no puede haber un modus vivendi permanente con EE.UU; que es deseable y necesario que la armonía interna de nuestra sociedad sea quebrada, nuestra forma de vida tradicional destruida, rota la autoridad de nuestro estado en la comunidad internacional; todos ellos requisitos imprescindibles para que el poder soviético se sienta seguro. Esta fuerza política tiene completamente a su disposición las energías de uno de los grandes pueblos del mundo y los recursos del territorio nacional más rico del planeta, y es arrastrada por las profundas y poderosas corrientes del nacionalismo ruso. Además, cuenta con un complejo y extendido aparato para ejercer influencia en otros países, un aparato de asombrosa flexibilidad y versatilidad, gestionado por personas cuya experiencia y habilidad en los métodos subterráneos probablemente no tienen parangón en la historia. Por último, sus reacciones básicas parecen impermeables a consideraciones realistas; para ellos, los hechos objetivos de la sociedad humana no son, como entre nosotros, la referencia respecto de la cual se están continuamente probando y reajustando los puntos de vista, sino una caja de sorpresa de la que se seleccionan elementos arbitraria y tendenciosamente para reforzar los enfoques ya preconcebidos. No es ciertamente una imagen agradable. Cómo hacer frente a esta fuerza es, sin duda, la tarea más grande a la que se ha enfrentado nuestra diplomacia y probablemente nunca tenga otra mayor. En la actual coyuntura, debe ser el punto de partida desde el que se articule el conjunto de nuestro trabajo político. Debe ser abordado con el mismo rigor y detalle que se tuvo ante los problemas de más importancia estratégica durante la guerra y, si es necesario, con no menos desembolsos para los esfuerzos de planificación. No puedo sugerir aquí todas las respuestas, pero querría dejar constancia de mi convicción de que tenemos capacidad para resolver el problema sin recurrir a un conflicto militar generalizado. Y en apoyo de esta convicción hay algunas observaciones más alentadoras que me gustaría hacer:

1) El poder soviético, a diferencia de la Alemania hitleriana, no es esquemático ni aventurero, no está sujeto a planes rígidos, no toma riesgos innecesarios, es impermeable a la lógica de la razón y muy sensible a la de la fuerza. Por esta razón se puede retraer fácilmente –y por lo general así hace– en cualquier momento en que se encuentra una fuerte resistencia. Por lo tanto, si el adversario tiene la suficiente fuerza y deja claro que está dispuesto a usarla, rara vez tiene que hacerlo. Si las situaciones se manejan adecuadamente no hay necesidad de enfrentamientos que involucren prestigio.

(2) Comparada con el mundo occidental en su conjunto, los soviéticos siguen siendo de lejos la fuerza más débil. Por lo tanto, su éxito dependerá realmente de grado de cohesión, firmeza y vigor que Occidente pueda reunir. Y tenemos capacidad para influir sobre este factor.

(3) El éxito del sistema soviético, como forma de poder interno, aún no está probado. Todavía no se ha demostrado que pueda sobrevivir al reto supremo de la transferencia sucesiva de poder de un individuo o un grupo a otro. La muerte de Lenin fue la primera de las transferencias, y sus efectos han sacudido al estado soviético durante 15 años. Después de la muerte de Stalin o de su jubilación vendrá la segunda. Pero incluso ésta no va a ser la prueba final. El sistema interno soviético va a ser ahora sometido, a causa de las recientes expansiones territoriales, a una serie de tensiones adicionales que ya supusieron duras pruebas en el zarismo. Aquí estamos convencidos de que nunca, desde la terminación de la guerra civil, la masa del pueblo ruso ha estado más alejada emocionalmente de las doctrinas del Partido Comunista. En Rusia, el partido se ha convertido en un gran un aparato, de gran éxito por el momento, de la administración dictatorial, pero ha dejado de ser fuente de inspiración emocional. Por lo tanto, la solidez interna y la permanencia del movimiento todavía no ha de considerarse segura.

(4) Toda la propaganda soviética al exterior del ámbito de seguridad soviético es básicamente negativa y destructiva. Por lo tanto, debería ser relativamente fácil combatirla mediante programas inteligentes y constructivos.

Por estas razones creo que podemos abordar de forma calmada y con buena intención el problema de cómo tratar a Rusia. En relación a la forma en que debemos hacerlo, sólo me gustaría avanzar, a modo de conclusión, los siguientes comentarios:

(1) Nuestro primer paso debe ser el de aprehender y reconocer la naturaleza del movimiento con el que tratamos. Debemos estudiarlo con el mismo coraje, la misma objetividad y la misma determinación de no implicarnos emocionalmente, con los que un médico analiza a los individuos indisciplinados y nada razonables.

(2) Debemos hacer ver a nuestro pueblo las realidades de la situación rusa. No cabe exagerar la importancia de este objetivo. La prensa no puede hacer sola esta tarea; ha de ser afrontada mayoritariamente por el Gobierno, que necesariamente tiene más experiencia y está mejor informado sobre los problemas prácticos en juego. No nos debe disuadir la fealdad de la imagen. Estoy convencido de que habría mucho menos histerismo anti-sovético en nuestro país si las realidades de la situación se comprendieran mejor por nuestra gente. No hay nada tan peligroso o tan terrible como lo desconocido. Se podría argumentar que revelar más información sobre las dificultades con Rusia afectaría negativamente a las relaciones soviético-americanas. Si hubiera en este aspecto algún riesgo real, creo que deberíamos tener el valor de afrontarlo, y cuanto antes mejor; pero no alcanzo a ver ese riesgo. Nuestras apuestas en este país, a pesar de las exageradas demostraciones de simpatía hacia el pueblo ruso, son notablemente pequeñas. No tenemos inversiones que proteger, tampoco comercio que perder, prácticamente no hay ciudadanos americanos por los que preocuparnos, muy escasos los contactos culturales que debamos preservar. Nuestro único interés radica en lo que esperamos más que en lo que tenemos; y estoy convencido de que tenemos mejores posibilidades de materializar esas expectativas si nuestro público es informado y si nuestro trato con los rusos se apoya exclusivamente sobre bases realistas.

(3) Mucho depende de la salud y vigor de nuestra propia sociedad. El comunismo mundial es como un parásito maligno que se alimenta sólo en tejidos enfermos. Por tal motivo, las políticas doméstica y exterior que adopten medidas valientes e incisivas para resolver los problemas internos de nuestra propia sociedad, para mejorar la confianza en sí misma, la disciplina, la moral y el espíritu comunitario, suponen victorias sobre Moscú que valen más que mil notas diplomáticas y comunicados conjuntos. Si no abandonamos el fatalismo y la indiferencia frente a las deficiencias de nuestra propia sociedad, Moscú se beneficiará, Moscú no dejará de aprovecharlo en su política exterior.

(4) Debemos formular y presentar a otras naciones una imagen mucho más positiva y constructiva de la clase de mundo que nos gustaría de la que hemos presentado en el pasado. No basta con instar a la gente a desarrollar procesos políticos similares al nuestro. Muchos pueblos extranjeros, al menos en Europa, están cansados y asustados por las experiencias del pasado, y tienen menos interés en la libertad abstracta que en la seguridad. Buscan ser orientados más que responsabilidades y nosotros debemos estar en mejores condiciones que los rusos para guiarlos. Si no lo hacemos, los rusos sin duda lo harán.

(5) Por último debemos tener coraje y confianza en nuestros propios métodos y concepciones de la sociedad humana. Después de todo, el mayor peligro que nos acecha ante el comunismo soviético, es que nos permitamos a nosotros mismos parecernos a aquellos a quienes combatimos.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Las fuentes del comportamiento soviético

George F. Kennan, 1947
Parte I

La peculiaridad política del poder soviético tal y como hoy lo conocemos es producto tanto de la ideología como de las circunstancias: ideología heredada por los actuales dirigentes soviéticos del movimiento en el que tuvieron su origen político, y circunstancias de un poder que llevan ejerciendo durante casi tres décadas. Pocas tareas de análisis psicológico hay más difíciles que rastrear la interacción de estos dos factores y el peso relativo de cada una en la conformación de la conducta oficial soviética; debe intentarse, no obstante, si queremos entender ese comportamiento y contrarrestarlo de modo eficaz.

Es difícil resumir el conjunto de conceptos ideológicos con los que los líderes soviéticos llegaron al poder. La ideología marxista, en su proyección en la Rusia comunista, siempre ha estado en una sutil evolución y los principios sobre los que descansa son muchos y complejos. Sin embargo, las características principales del pensamiento comunista, tal como existía en 1916, quizá puedan sintetizarse en los siguientes aspectos: (a) que el factor central en la vida del hombre, el que determina el carácter de la vida pública y la "fisonomía de la sociedad", es el sistema mediante el cual los bienes materiales se producen e intercambian; (b) que el capitalismo es un sistema de producción nefasto que implica inevitablemente la explotación de la clase obrera por la clase de los propietarios del capital y, además, es incapaz de aprovechar adecuadamente los recursos económicos de la sociedad o de distribuir equitativamente los bienes materiales producidos por el trabajo humano; (c) que el capitalismo contiene en sí mismo las semillas de su propia destrucción y que, vista la incapacidad de la clase propietaria para ajustarse a los cambios económicos, el resultado final e inevitable será una transferencia de poder revolucionario de la clase obrera; y (d) que el imperialismo, la fase final del capitalismo, conduce directamente a la guerra y la revolución.

El resto puede resumirse en las propias palabras de Lenin: ".. La desigualdad del desarrollo económico y político es ley inflexible del capitalismo. De ello se deduce que la victoria del socialismo puede suceder originariamente en unos pocos países capitalistas o incluso en uno solo. El proletariado triunfante de ese país, después de expropiar a los capitalistas y organizar la producción socialista, se levantaría contra el restante mundo capitalista, atrayendo hacia sí en dicho proceso a las clases oprimidas de esos otros países". Debe hacerse notar que Lenin no asumía que el capitalismo se derrumbaría por si solo sino que necesitaría un último empujón, el del proletariado revolucionario, que volcara la estructura tambaleante. Pero ese empujón, tarde o temprano, había de producirse inevitablemente.

Durante los cincuenta años previos al estallido de la Revolución, este esquema de pensamiento ejerció gran fascinación entre los miembros del movimiento revolucionario ruso. Frustrados, descontentos, sin esperanza de encontrar cauces de expresión –o demasiado impacientes para buscarlos– dentro de los límites en los que los confinaba el sistema político zarista, pero, al mismo tiempo, carentes de apoyo popular amplio que defendiera su sangrienta revolución como medio de mejoramiento social, estos revolucionarios encontraron en la teoría marxista una racionalización muy conveniente para sus propios deseos instintivos. El marxismo les ofreció una justificación pseudo-científica a su impaciencia, a su negación radical del sistema zarista, a sus ansias de poder y venganza y a su inclinación a tomar atajos para alcanzarlas. Por tanto, no es de extrañar que interiorizaran, como sólidamente verdaderas, las enseñanzas del marxismo-leninismo, pues congeniaban con sus propios impulsos y emociones. No hay por qué dudar de su sinceridad, ya que se trata de un fenómeno tan antiguo como la propia naturaleza humana. Ninguna descripción más apropiada que la escrita por Edward Gibbon en La decadencia y caída del Imperio Romano: "El paso del entusiasmo a la impostura es arriesgado y resbaladizo; el demonio de Sócrates ofrece un memorable ejemplo de cómo un hombre sabio puede engañarse a sí mismo, cómo un hombre sabio puede engañar a otros, cómo la conciencia puede aletargarse en un confuso estado a medias entre la auto-ilusión y el fraude voluntario". Y así, con estas ideas, los miembros del partido bolchevique llegaron al poder.

Ahora bien, durante los años preparatorios la revolución, la atención de estos hombres, como la del propio Marx, se había enfocado no tanto en la forma del futuro socialismo sino en cómo derrocar el poder rival, condición necesaria previa a la introducción de aquél. Por tanto, sus pensamientos en términos positivos sobre los programas que habrían de poner en marcha cuando tomaran el poder, eran en su mayor parte visionarios, nebulosos y poco prácticos. Aparte de la nacionalización de la industria y la expropiación de los grandes capitales privados, no tenían casi nada claro. Qué hacer con los campesinos, quienes según la formulación marxista no se incluían en el proletariado, ha sido siempre un asunto impreciso en la doctrina comunista, y foco de controversias y vacilaciones durante los primeros años de poder.

Las circunstancias del inmediato periodo post-revolucionario –la guerra civil en Rusia y la intervención extranjera, además del hecho evidente de que los comunistas representaban sólo una pequeña minoría del pueblo ruso– obligó necesariamente a establecer una dictadura. El experimento del "comunismo de guerra" y el brusco intento de suprimir la producción y el comercio privados tuvieron desafortunadas consecuencias económicas, generando más rencor contra el régimen revolucionario. Aunque la Nueva Política Económica, que supuso aflojar transitoriamente los esfuerzos en la comunistización de Rusia, alivió algo la miseria económica como era su propósito, también puso en evidencia que el "sector capitalista de la sociedad" seguía preparado para aprovecharse de inmediato de cualquier relajación del gobierno por lo que, si se permitía su existencia, se convertiría en una poderosa oposición al régimen soviético y un serio rival de su influencia en el país. Más o menos lo mismo se pensaba de los campesinos individuales quienes, en su modesta escala, eran también productores privados.

Quizá Lenin, de haber vivido, habría sido capaz de reconciliar estas fuerzas en conflicto en beneficio de la sociedad rusa, aunque esto sea muy cuestionable. Pero Stalin y quienes le acompañaron en la lucha por la sucesión del liderazgo de Lenin, no eran hombres dispuestos a tolerar fuerzas políticas rivales en la esfera de poder que tanto codiciaban. Su inseguridad era demasiado grande; su estilo particular de fanatismo, carente de las tradiciones anglosajonas de compromiso, era demasiado fuerte y celoso para admitir cualquier tipo de alternancia en el poder. Del mundo ruso-asiático del que provenían heredaron un intenso escepticismo en cuanto a las posibilidades de convivencia permanente y pacífica entre fuerzas rivales. Convencidos de la justicia de su propia doctrina, insistieron en que no había otra alternativa que la sumisión o destrucción de cualquier rival. Fuera del partido comunista, la sociedad rusa no podía tener consistencia; no podía haber ninguna forma de actividad colectiva que no estuviese dominada por el Partido; no se podía permitir que ninguna iniciativa espontánea adquiriera vitalidad. La única estructura social tenía que ser la del Partido; todo lo demás quedaría como una masa amorfa.

Dentro del partido se aplicaría el mismo principio. La masa de los miembros del partido podría participar en todos los procedimientos de elección, deliberación, decisión y acción, pero sus movimientos responderían, no a sus voluntades individuales, sino al aliento omnímodo de la dirección del Partido y a la permanente preeminencia de la Palabra, rumiada hasta la saciedad.

Conviene insistir nuevamente en que, en sus conciencias, esos hombres probablemente no buscaban imponer un régimen absolutista para su beneficio. Estaban convencidos sin género de dudas –y es fácil creerlo– que sólo ellos sabían lo que era bueno para la sociedad y que ese bien lo conseguirían una vez que su poder fuera firme e indiscutido. Pero, para conseguir esa seguridad se consideraban dispensados de toda restricción, divina o humana, en los métodos. Y hasta que entendieran que su posición en el poder era lo suficientemente segura, la comodidad y felicidad del pueblo ocupaba un lugar demasiado bajo entre sus prioridades.

Hasta el día de hoy este proceso de consolidación política no ha sido culminado y los hombres del Kremlin siguen empeñados sobre todo en la lucha para asegurar y convertir en absoluto el poder del que se incautaron en noviembre de 1917. En un principio los esfuerzos para asegurarlo se dirigieron contra los elementos de oposición dentro de la sociedad Soviética; pero enseguida también contra el mundo exterior. La ideología, como hemos señalado, les convenció de que el mundo exterior era hostil y que tenían el deber de derrocar los poderes políticos más allá de sus fronteras. La historia y la tradición rusa contribuyeron también a alimentar ese sentimiento. Por último, su propia intransigencia agresiva hacia el resto del mundo produjo la reacción, de modo que se vieron obligados, usando otra frase de Gibbon, a "castigar la contumacia" que ellos mismos habían provocado. Es un privilegio indiscutible de cada hombre convencerse de que el mundo es su enemigo, tesis que se convierte en verdadera, si se reitera con bastante frecuencia hasta convertirla en la base de la conducta.

Debido pues a la forma de pensar de los líderes soviéticos tanto como al carácter de su ideología, a ninguna oposición le pueden reconocer oficialmente algún mérito o justificación. Cualquier oposición sólo puede provenir, en teoría, de las fuerzas hostiles e incorregibles del capitalismo agonizante. Mientras los restos del capitalismo siguieron existiendo en Rusia, fue posible atribuir a un elemento interno parte de la culpa del mantenimiento de un gobierno dictatorial. Pero a medida que iban liquidándose esta justificación se debilitó hasta desaparecer por completo, cuando se declaró oficialmente que el capitalismo había sido definitivamente destruido. Este hecho dio origen a una de las compulsiones básicas del régimen soviético: dado que ya no había capitalismo en Rusia y como no cabía admitir que de las masas liberadas pudiera surgir el deseo espontáneo de oponerse a la autoridad del Kremlin, se hizo necesario recurrir a la amenazas del capitalismo extranjero para justificar la continuidad de la dictadura.

Este discurso data de fechas tempranas En 1924, Stalin defendió específicamente el mantenimiento de los órganos represivos, el ejército y la policía secreta, entre otros, sobre la base de que "mientras exista un cerco capitalista, habrá riesgo de intervención con todas las consecuencias que de ello derivan". De acuerdo con esa teoría, desde ese momento todos los movimientos de oposición interna en Rusia han sido invariablemente atribuidos a agentes de las fuerzas extranjeras reaccionarias y enemigas del poder soviético.

Por idénticos motivos se repite insistentemente la tesis original comunista de un antagonismo básico entre los mundos capitalista y socialista. Resulta claro, a partir de muchos indicios, que este énfasis no se funda en los hechos reales. Éstos se confunden debido a la existencia de un genuino resentimiento extranjero hacia la filosofía y tácticas soviéticas así como a la presencia de grandes centros de poder, en particular el régimen nazi en Alemania y el gobierno japonés de finales de 1930, que ciertamente tenía planes de agresión contra la Unión Soviética. Pero hay amplia evidencia de que la insistencia de Moscú sobre las amenazas a que se enfrenta la sociedad soviética fuera de sus fronteras no se explica tanto en la realidad de antagonismos extranjeros, cuanto en la necesidad de justificar el mantenimiento de la autoridad dictatorial en el país.

Ahora bien, este patrón del poder soviético, a saber, la búsqueda de la autoridad ilimitada en el país, alimentando al mismo tiempo el (medio)mito de la implacable hostilidad extranjera, ha evolucionado para dar forma a la maquinaria real del poder soviético tal y como hoy en día lo conocemos. Los órganos internos de la administración que no sirven para este propósito se degradan y, por el contrario, los departamentos útiles a ese fin se inflan desmedidamente. La seguridad del poder soviético pasó a apoyarse en la disciplina férrea del Partido, en la severidad y omnipresencia de la policía secreta, y en el rígido monopolio económico del Estado. Los órganos de represión, mediante los que los líderes soviéticos pretendieron asegurarse frente a las fuerzas rivales, se convirtieron en gran medida en los amos de aquéllos a quienes tenían que servir. Hoy en día la mayor parte de la estructura del poder soviético está comprometida en la perfección de la dictadura y en mantener la idea de una Rusia en estado de sitio, con el enemigo presionando justo al otro lado de los muros. Y los millones de seres humanos que forman parte de esa estructura de poder defienden a toda costa esta idea porque sin ella serían superfluos.

Tal como están las cosas, los gobernantes no pueden ni soñar en prescindir de los órganos represivos. La búsqueda del poder absoluto, acompañada durante casi tres décadas de una crueldad sin precedentes en los tiempos modernos (en su alcance, por lo menos), ha vuelto a producir internamente, como lo hizo al exterior, su propia reacción. Los excesos del aparato policial han avivado la oposición potencial al régimen de forma mucho mayor y más peligrosa de lo que podría haber sido sin tantos excesos.

Pero menos todavía pueden los líderes soviéticos prescindir de la ficción que justifica su poder dictatorial. Esta ficción ha sido canonizado en la filosofía soviética gracias a los excesos cometidos en su nombre, y está anclada en la estructura de pensamiento oficial con cadenas mucho mayores que las de la mera ideología.